tigre, tigre

Opinión:

Resulta realmente sorprendente la forma en que un pederasta puede engañar a un niño (o una niña) y a todos los que le rodean. Pero resulta aún más sorprendente que ese pederasta pueda parecer un ángel de la guarda a los ojos del niño del que abusa (en esta caso niña) y de su madre. Estupor del lector ante una historia real que no puede dejar indiferente a nadie.
 
“Tigre, tigre” hace referencia a un juego en el que Margaux Fragoso, la autora, se escondía inconscientemente. Ella era el tigre, el animal. Siendo animal jugaba, se liberaba, y dejaba de hacer aquello que el hombre al que amaba más que a su padre le insistiera en que le hiciera cosas que a ella no le gustaban pero que a él le hacía feliz. Y es que ella sí supo siempre qué era hacer feliz a los demás: ella daba para hacer feliz. A cambio pedía amor, atención. Era él, Peter Curran (51 años), el pederasta, quien nunca supo qué era el amor. Su mente sucia supo manejar a su antojo a Margaux porque comenzó su relación con ella cuando apenas tenía siete años. A su favor, el detestable padre que tuvo Margaux.
 
De toda esta historia se deduce que si su padre (el de Margaux) hubiera sido mejor persona, probablemente ella jamás se habría topado con Peter Curran ni hubiera necesitado de su atención y cariño. Si Curran era un pederasta, su padre era un maltratador, generalmente psicológico –sólo en algunas ocasiones nos cuenta Margaux que pegó a su esposa-. El padre se pasó la vida llamando loca, enferma e inútil a la madre (naturalmente su madre acabó de psiquiátrico), y Margaux se pasó la vida escuchando que ella era un estorbo, mala, que sólo servía para gastar dinero, etc. Nada bueno oía Margaux de su padre. Así pues, no es extraño que un día conociera a un tipo agradable que jugaba con niños y que tuviera una casa llena de animalitos que fascinaría a cualquier infante. El hecho de que la madre estuviera psicológicamente muy enferma y encontrara en Peter a un hombre agradable que cuidaba tan bien de su hija, y el que el padre no lo soportara al mismo tiempo, hizo que ella aún confiara más en el abusador de su hija.
 
Me ha destrozado saber que el padre sospechó siempre que era un pederasta y en cambio, tras varias peleas, acabara diciendo aquello de “hacer lo que queráis pero luego no vengáis a quejaros”. El nivel de amor del padre a su familia es más que cuestionable. Ese hombre era patético, por tanto no es de extrañar que leamos durante toda la narración cuánto amaba Margaux a Peter y cuán importante era para ella hacerle feliz. Si no lo tenía sentía celos, si no estaba cerca le echaba de menos… el que abusara de ella era parte de su relación, y así lo entendía ella. Después de todo su padre las machacaba cada día (a la niña y a la madre) y Peter Curran era la opción más deseable si exceptuamos que les estaba engañando. Y a Margaux fue la primera a la que engañó.
 
Pasas la autobiografía (con apariencia casi de novela) leyendo a medio camino entre el enfado y la sorpresa. Logras entender a Margaux, esa niña que hasta que no se casó y fue madre no se dio cuenta de que aquel hombre la había engañado, que era un enfermo despreciable que abusó de ella sin que se diera cuenta del poder que tenía sobre ella misma.
 
Quiero recomendarlo a absolutamente todo el mundo, creo que es muy necesario que hombres, mujeres y jóvenes lean esta historia y entiendan por qué se puede caer en las garras de un pederasta e incluso jamás pensar que le están haciendo daño a un niño que, además, le agradece su cariño, le defiende, le adora y quiere vivir con él eternamente. Una cosa así sólo puede hacerla un hombre perverso, pero a los ojos de los demás es un ángel.
 
Normalmente los pederastas amenazan a sus víctimas. Curran no necesitó hacerlo jamás. Le lavó el cerebro, le hizo creer que lo bueno era eso, las relaciones entre niñas pequeñas y hombres mayores (le comía la cabeza con las bodas impuestas entre niñas y ancianos de otros países árabes, le hacía leer novelas sobre relaciones de niñas con hombres…), hasta le dio a entender que lo suyo jamás lo reconocerían como algo bueno de modo que ella calló siempre. Por amor. Curran también utilizaba el chantaje emocional para manejar a Margaux, una niña que sólo deseaba amor y a la que robó su infancia y su adolescencia.
 
Os costará entenderlo, no así leerlo: no hay nada soez ni desagradable en la lectura. Margaux Fragoso se ha cuidado mucho de no hacerlo. De hecho se nota hasta el último momento que ella ha respetado más a ese hombre de cincuenta años que empezó a abusar de una niña de siete con toda la impunidad del mundo. Con “Tigre, tigre” entraréis en la mente de un pederasta, no lo dudéis.
 
Anika Lillo