todo oscuro sin estrellas

Opinión:

Estos cuatro magníficos relatos representan las varias caras del horror y la muerte. En el primero (1922), un asesino confiesa su crimen y sus implicaciones poco antes de morir. En el segundo (Caminero Grande) es la víctima de un delito quien protagoniza la historia. En el tercero (Una extensión justa) el horror se deja en manos de un tercero. Y en el cuarto (Un buen matrimonio) una mujer ha vivido durante años junto a un monstruo sin ser consciente de ello.
 
Cuatro puntos de vista para cuatro historias diferentes, que Stephen King desmenuza con el buen hacer que le caracteriza. Cada una de ellas es una historia completa e independiente, que no tienen en común más que el horror y la violencia.
 
- 1922. Es el año en el que se desarrolla la historia, narrada en primera persona por el protagonista ocho años después y a punto de morir de la forma más horrible. De fondo, la América profunda y los años previos a la gran crisis del 29.
 
Wilfred decide acabar con su esposa cuando ella se empeña en vender una propiedad que ha heredado y que linda con la suya, y quiere vendérsela a un matadero para poder trasladarse a la ciudad. Stephen King dibuja a la perfección a un granjero de los años veinte, a uno de esos hombres apegados a la tierra que no conciben otra forma de vida. El modo en que logra que su hijo se ponga de su parte es fantástico y el muchacho, tan ansioso como él por permanecer en la granja, termina colaborando sin mucho entusiasmo.
 
El cambio en sus vidas después de esos hechos es espectacular. El joven, cómplice a los catorce años del asesinato de su madre, ha cruzado de tal forma la frontera entre el bien y el mal, que todo lo que hace después resulta pequeño en comparación.
 
El lector casi empatiza con el asesino. Sus justificaciones resultan tan convincentes, y están tan bien planteadas, que llegamos a considerarlo una víctima en lugar de un verdugo.
 
 
- Camionero Grande. Una brutal violación consigue que Tess, la protagonista de este relato, descubra una faceta de sí misma que en nada se parece a su yo habitual: el de una mujer que escribe novelitas de intriga protagonizadas por unas ancianas inofensivas.
 
La evolución del personaje resulta fascinante, y mantiene al lector pegado a sus páginas hasta su conclusión. Una vida tranquila y rutinaria se hace pedazos ante un hecho de una violencia inusitada, haciendo que su mundo se tambalee para siempre.
 
Siguiendo los razonamientos de la protagonista, el lector llega a la misma conclusión que ella: sólo la venganza es posible, y aplaude la iniciativa de la mujer y el modo en que la lleva a cabo.
 
 
- Una extensión justa. Este relato, el más corto de los cuatro, hunde sus raíces en obras como Fausto o El retrato de Dorian Gray, pero con el toque personal de Stephen King.
 
Un hombre al que le han diagnosticado un cáncer incurable hace un trato con el diablo para obtener una extensión de su vida. Aunque el precio resulta terrible para otras personas, el protagonista continúa con su existencia, y además disfrutando de las desgracias ajenas.
 
Quizás el relato habría merecido unas cuantas páginas más, que ahondaran en la mente del protagonista, porque tal como está resulta un tanto frío, casi aséptico.
 
 
- Un buen matrimonio. Es sin duda el más inquietante de los cuatro y plantea la cuestión ampliamente discutida sobre cuánto conocemos a las personas a las que amamos. ¿Llegamos a conocer realmente a alguien, aunque hayamos pasado más de veinte años a su lado? Todos guardamos secretos, algunos más grandes que otros, y algunos tan descomunales como el que se plantea en esta historia.
 
Darcy Anderson cree conocer a su marido muy bien, hasta que un hecho casual ponga en duda todo lo que ha creído durante más de veinte años. El modo en que afronta esa nueva realidad está muy bien trabajado, moviéndose entre la negación y la aceptación, entre la duda y el miedo, hasta conseguir que el lector levante la vista del libro y se pregunte qué secretos esconderá esa persona a la que también cree conocer y que está sentada a su lado, ajena a los perversos pensamientos que Stephen King acaba de plantar en su pensamiento. 
 
Cuatro relatos en los que también tienen cabida los fantasmas, el diablo, los bichos o las voces, con ese modo tan característico de contar una historia que tiene el autor.
 
Su prosa es excelsa, elegante, sin florituras, tan directa como un puñetazo, con diálogos ágiles y descripciones contundentes. Nada es casual, todo tiene un propósito que, en este caso, es horrorizarnos ante el monstruo que se oculta tras los ojos más inocentes. 
  
Pilar Alonso Márquez