Primavera extremeña. Apuntes del natural

Opinión:

"Primavera extremeña. Apuntes del natural" es una reflexión en voz alta de la dicotomía entre lo que parece ser un lugar idílico y lo que está viviendo el resto del mundo. La pandemia los arroja tres meses a la sierra de los Lagares, Extremadura para convivir en familia lejos del virus, allí disfrutarán un paisaje único que se ve ampliamente reflejado en las acuarelas de Konrad Laudenbacher, vecino y amigo de Llamazares. Acuarelas que vemos impresas a todo color y con una gran calidad, aunque se pierde un poco el diseño de las que están impresas en toda una plana, pero igualmente disfrutables, eso sí.

Lo que más de destaca del libro es su sencillez, un discurso sereno, sobre todo de apreciación a la naturaleza y a la bendición de la lluvia, una primavera lluviosa como nunca antes la habían gozado y además, completa. Tres meses de confinamiento, ante la sensación de culpa gustosa, porque saberse a salvo y sabiendo que los demás están pasando días inquietantes en Madrid, hace que la estancia sea un tanto compleja emocionalmente... ¿cómo disfrutar plenamente de la belleza que se presenta en esa zona sin pensar en los que se quedan en Madrid?

Un relato que puede parecer plano, pero en realidad es un intento de sacar fuera sentimientos e incertidumbres. No es necesario hacer un discurso potente, es una actitud muy zen... dejarse llevar por los días y contar lo que va pasando, ¿qué menos podría ser?

En realidad, es una bitácora del confinamiento, como tantas que hemos visto y leído a lo largo de estos meses, pero cada una tiene su afán y su mensaje personal. También este libro es un canto de agradecimiento a estos tres meses que pasaron fuera de peligro, aun sin saber si traían el virus o no, porque salieron de Madrid justo el día antes de empezar el confinamiento total. Es decir, igualmente trajeron el miedo y con el pasar de los días se fue convirtiendo en una sensación de seguridad, de salir a pasear, de apreciar lo que la naturaleza brindaba en esos días: contención.

Y así brota un libro lleno de encanto, como esta primavera lluviosa, con las visitas a la ciudad, el miedo de encontrarse con otra gente por los campos, las multas y el miedo, sobre todo, de los vecinos de las ciudades cercanas, allí donde deben aprovisionarse, que los madrileños hayan venido a traer el virus. Todo con el tiempo se diluye y deja pasar la hoja: se siente una sensación de vecindad y solidaridad, como si todo volviera a su cauce natural.

Es un viene y va de sentimientos encontrados todo el tiempo. Todo es nuevo, primera vez que lo experimentan, no saben cómo actuar, tanto unos como otros, por lo que la convivencia que empezó un poco áspera, se va suavizando con el tiempo.

Hay una mención que no podemos soslayar... Ricardo, a quien está dedicado este libro, es quien -junto a su familia-, mantiene el lugar en perfecto estado todo el año, es con quien conviven estos primeros días y tiene un lugar importante en esta familia que huye del virus... ha sido el nexo entre la vida rural y la familia de la capital.

Porque en resumen, el libro habla de todo esto... no solo de las rutinas y el quehacer de los miembros de la familia, las visitas a los vecinos y el nacimiento de este relato gracias a las luminosas acuarelas de Konrad. No es solo eso, es un relato que nos habla de la fragilidad de las relaciones sociales, del miedo, la incertidumbre... de disfrutar cada pequeño momento, porque nunca más volverá, de gozar la lluvia y el sol por partes iguales. Quizás, gracias a este dramático suceso que nos ha cambiado la vida todos, han podido hacer algo que se ha perdido con el vértigo de la vida moderna: vivir en plenitud.

Carol Inabé Barba