Pez en la hierba

Opinión:

Ángel Gil Cheza nos regala, con este "Pez en la hierba", una novela negra bastante diferente a lo que estamos acostumbrados. Y ello se debe tanto al fondo (el tema del fútbol femenino no está demasiado explotado ni en la literatura ni, tristemente, en los medios de comunicación) como a la forma en la que nos hace llegar esa historia. Y es que el autor llena algo tan sórdido (o aparentemente sórdido) como una novela negra, una historia de asesinos, intereses económicos y adolescentes muertas, de expresiones, imágenes y metáforas llenas de una poesía que contrasta con la codicia y los intereses ocultos que subyacen en la trama.

Contrasta pero no choca, no resulta extraño, porque, en el fondo, toda la novela está basada en contrastes. Así, contrasta lo que muchos personajes muestran con la oscuridad que llevan dentro (o con las dudas, las incertidumbres, los miedos y los lastres que todos llevamos dentro). Contrasta la fuerza de las descripciones exteriores de Vila-real, el pueblo al que regresa Miquel Ortells, con la oscuridad y la claustrofobia de los túneles y la acequia del Diablo que recorre las entrañas de la localidad. Y contrasta el oropel del fútbol masculino con el brillo apagado a la fuerza del fútbol femenino.

La novela se presenta, de este modo, perfectamente imbricada, ligada, equilibrada ante el lector. Lo que se ve y lo que se oculta, lo externo y lo interno, lo que decimos y lo que pensamos sirven al autor para realizar un continuo juego que, como digo, abarca tanto el tema de la obra, como a sus personajes, a su escenario o a su lenguaje.

El regreso de Miquel a su pueblo natal es el detonante para esta historia capaz de mantener la intriga de una novela negra a pesar de que desde casi el principio se puede vislumbrar quién o quiénes son los asesinos de las chicas. Lo importante, pues, será averiguar el cómo y, sobre todo, el porqué de esos asesinatos.

Junto a esta trama principal, Gil Cheza arma una serie de subtramas, relacionadas con los padres de Miquel, su pasado y su divorcio; el propio presente sentimental del protagonista; la vida de Ainara, la escritora que pasa unos días con Miquel para que le ayude con su novela, o con la madre de Miquel y su pareja actual. Toda esta madeja de subtramas contribuye a mantener el buen ritmo de la obra, a incrementar su intriga y a dar a la novela en su conjunto una pátina de humanidad y cotidianidad que le sienta muy bien y que contrasta (una vez más) con la trascendencia de la reflexión sobre la vida y la muerte.

Una reflexión que se une al análisis de lo que mueve el mundo fútbol que nos propone el autor en este obra. Se trata de un tema bastante ajeno a mí pero que, sin embargo, me ha encantado encontrar en una novela negra y más aún tratado y tal y como lo trata Gil Cheza. El autor ahonda en las opiniones encontradas sobre el fervor que muchos sienten por el fútbol pero también en aspectos como lo que supone para un pueblo tener un equipo en primera o los intereses económicos que se mueven en torno a jugadores, publicidad y derechos televisivos. Contrapone, así, la fastuosidad de lo que se ve y la pasión por un deporte con el trasfondo económico y el mero negocio (¡y menudo negocio!) que supone para muchos.

El conjunto es, pues, una novela muy interesante en fondo y forma, bien tramada, con unos personajes carismáticos y atrayentes y con un juego de contrastes que enriquece tanto al argumento como a la manera de ser contada. Eso sin contar el personalísimo y bello estilo de Gil Cheza, la cuidada edición y las ilustraciones de Román Rubert que salpimentan el texto.

Lidia Casado