Orient-Express. El tren de Europa

Opinión:

En una Europa cada vez más aburguesada, en la que la Revolución Industrial y los nuevos proyectos del colonialismo empezaban a alterar las dinámicas sociales y culturales y los mecanismos de producción, nace en Francia la Compagnie Internationale des Wagons-Lits, inspirada en la idea de los coches-cama de George Pullman. El 4 de octubre de 1883, esta misma compañía inauguraría el Orient-Express, que salía entonces de la Gare de l'Est, en París, y recorría toda Europa para llegar a Rumanía, desde donde los pasajeros eran transportados a Estambul, antes de que la línea llegase a este extremo oriental del Mediterráneo. El pensador Mauricio Wiesenthal, experto en la historia de la cultura, ofrece en "Orient-Express. El tren de Europa" un recorrido por las rutas y los famosos vagones de esta compañía sobre la que ya había escrito hace cuarenta años en "La Belle Époque de l'Orient-Express", un ensayo patrocinado por Wagons-Lits que llegó a convertirse, si no en un best-seller, sí en un objeto imprescindible para viajeros.

Combinando sus propios viajes con numerosas anécdotas, lecturas y películas en torno al mundo del tren, Mauricio Wiesenthal nos ofrece un bellísimo recorrido por las estaciones de las más grandes ciudades de Europa, de París a Montecarlo, de Londres a Estambul, en los vagones más especiales que han recorrido los raíles del continente. Evoca en estas páginas al Train Bleu, que llevaba a los viajeros de París a la Costa Assul; al famoso coche 3309 que tanto gustaba a Joséphine Baker; al Taurus-Express que recorría de Estambul a Alepo, Damasco y Bagdad; al viejo Venice Simplon-Orient Express que aún funcionaba a carbón, o a los famosos vagones nombrados como Vera, Phoenix, Ibis o Cygnus. En esos trayectos, y acompañado por sus Baedeker (las primeras guías de viaje en el sentido moderno), Mauricio Wiesenthal no deja de lado la evocación de los sempiternos hoteles que, como los trenes, también fueron (y muchos de ellos siguen siendo) la viva imagen del poder europeo, del multiculturalismo, de la cultura y del negocio: entre otros, el Hotel Savoy, el Hotel Brown o el Hotel Cipriani.

Pero "Orient-Express. El tren de Europa" no se reduce solo a una evocación desordenada de estaciones (como la inolvidable Victoria Station o la bella Gare de Lyon), de hoteles y de vagones, pues no son los espacios lo únicos constituyentes de un buen viaje. Haciendo gala de una cultura de formación clásica y de unos gustos cercanos al canon más purista, Mauricio Wiesenthal teje el discurrir de su ensayo por medio de anécdotas referidas a escritores, músicos, artistas, aristócratas y todo tipo de personajes famosos que viajaron en el Orient-Express o que lo inmortalizaron en sus obras. Son estos personajes quienes otorgan vida al tren y quienes ayudan a caracterizarlo y a describirlo como ese símbolo de una Europa hoy en peligro de extinción: Coco Chanel paseando su glamour por los pasillos, Mata Hari cosechando sus mejores informes a bordo del tren, la amistad maliciosa entre Paul Morand y Proust, la bellísima Sarah Bernhardt, Colette escribiendo con su estilográfica Parker, la Bella Otero, Vicente Blasco Ibáñez recorriendo Europa para redactar sus famosos libros de viajes, Agatha Christie inspirándose para la famosa intriga de "Asesinato en el Orient Express", el presidente Paul Deschanel, el pintor José María Sert, y un largo etcétera.

En este fatídico año en que todos nos hemos visto privados del turismo y de los largos viajes que, bien por trabajo o bien por gusto, permitían el intercambio de ideas, un ensayo como el de Wiesenthal viene a ofrecernos esa imagen de un mundo en movimiento que tanto necesitamos para sentirnos vivos de nuevo. Pero es más que eso, porque "Orient-Express. El tren de Europa" no ofrece solo un trayecto físico, sino también un viaje en el tiempo, con la evocación respetuosa y nostálgica de una 'belle époque'.

Darío Luque