Anika entre libros

Memoria de la nieve

Ficha realizada por: Patricia Esteban Erlés
Memoria de la nieve

Título: Memoria de la nieve
Título Original: (Memoria de la nieve, 2011)
Autor: Marian Womack
Editorial: Tropo Editores
Colección: Voces


Copyright:

© Marian Womack, 2011

© Tropo Editores, 2011

Edición: 1ª Edición, Febrero 2011
ISBN: 9788496911345
Tapa: Blanda
Etiquetas: literatura española novela novela corta Oxford Siberia Mallorca
Nº de páginas: 138

Argumento:

Un debut que tiene mucho de cita postergada con los lectores y muy poco de primer libro. Postales nevadas que nos cuentan la verdad sobre la capa blanca y helada que cubre las ciudades y la estepa. Que se convierte en el puente helado que une a los vivos con los muertos y borra los límites del tiempo. La nieve llega a Moscú, como la revolución, recorre Oxford, inexpresiva y fatal, señalando con su blancura el rastro de sangre. Es una perseguidora implacable en Siberia y un recuerdo irrecuperable en Mallorca. Una presencia que desasosiega y devuelve la conciencia del tiempo que pasa, de la soledad y el vacío. La nieve es el silencio de un folio en blanco que vigila a los personajes de esta novela, carta de presentación de una escritora a la que no deberíamos perder de vista.

 

Opinión:


Un paisaje nevado no es inocente. Hay algo que inquieta y asusta en esa letanía silenciosa de los copos que caen, de la sábana blanca que se cierne sobre el entorno más familiar, como la sábana sobre el mueble de una casa vacía, apoderándose de todo, arrebatando a cada lugar su apariencia natural, sus señas de identidad. La nieve es un grito silencioso, el que atenaza las gargantas de los personajes de Marian Womack, seres infelices, cercados por una existencia rutinaria o excéntrica, incómoda en cualquier caso. Los protagonistas humanos no son los protagonistas de la novela, en realidad, sino tan solo criaturas que miran y sufren y atraviesan la nieve, o que la añoran, desterrados en una isla.

Marian Womack se revela en este libro exquisito como una lectora solvente que ha decidido convertirse en narradora. Una narradora que entrelaza con sutileza el discurrir de un pensamiento ensayístico (qué gran reflexión acerca de la conservación del papel o lo efímero de la imagen fotografiada nos ofrece en el soberbio capítulo Oxford, la nevasca y el museo (1964)) con la descripción estática de una estampa y el aliento poético; de inquietar desde que mira y nos hace ver por primera vez la nieve, de crear atmósferas, una atmósfera, en realidad, común a cada una de las historias fechadas en escenarios muy diferentes entre sí. Esa ausencia angustiosa de color y de sonido, de vida, que conlleva la nevasca, de pronto es percibida o evocada por personajes como Fergus, el conservador de libros oxonienses, la joven Olga, exiliada por propia voluntad a una dacha siberiana, o la frustrada poeta Laura Riding, amante del escritor Robert Graves, en su retiro isleño, como una epifanía relacionada de manera inexorable con la autodestrucción o con un trágico augurio. La muerte, la aparición de fantasmas infantiles, la conciencia de una soledad interminable, son algunas de sus consecuencias inmediatas.

Casi nada, al margen de la nieve, ocurre fuera de esos hombres y mujeres que se asoman a la ventana para verla caer mientras se dejan atrapar por la ensoñación, el delirio o el recuerdo. La leña se acaba en la leñera, el té borbotea en la cocina. Se elige un frutero capaz de reflejar la luz de una forma inédita. Poco más. Y sin embargo, qué intenso es cada segundo de lectura de esas divagaciones aisladas entre sí, unidas por un delgado, irrompible hilo secreto. Qué parecidos, casi gemelos, todos los personajes que temen la nieve, el peso de esa memoria aletargada en cada copo que cae. Qué sencillo comprender que la nevada se apodera de todo como ningún nervioso relámpago en forma de pájaro eléctrico, como ninguna anodina tormenta pueden hacerlo. Temer lo cotidiano, lo silencioso, lo en apariencia inofensivo, eso mismo puede ocurrirte a ti, lector, si te decides a emprender a solas esta odisea teñida de blanco que yo, desde luego, no puedo dejar de recomendarte.

Patricia Esteban Erlés

 

 

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