Los ladrones somos gente honrada & Margarita, Armando y su padre

Opinión:

Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) fue un escritor y dramaturgo español que todo lector debería haber leído, al menos, una vez en su vida. Se presenta, por consiguiente, una oportunidad magnifíca para aquellos que no hayan tenido el placer de probar su grandeza literaria con esta edicion de Castalia, la cual reúne dos de sus obras teatrales más identificativas: "Los ladrones somos gente honrada" y "Margarita, Armando y su padre". El autor, nacido en Madrid a principios de siglo, fue una de las figuras que se adelantó al teatro del absurdo, sentando las primeras bases de un género que a mediados del siglo XX obtuvo mucho éxito y reconocimiento. Su obra está repleta de ironía, comedia y absurdez.

"Los ladrones somos gente honrada" es, junto a "El amor se escribe sin hache" y "Eloísa debajo de un almendro", la obra más conocida de alguien que jamás dejó de parodiar y burlarse de la novela romántica que tan en boga estaba en sus tiempos. Agrupa unos personajes muy reconocibles, cargados de comedia y ridiculez, atrapados por unos estereotipos que el lector fácilmente identificará en sus vecinos o familiares. Además, la historia esconde un mensaje respecto al carácter humano que puede bien tomarse como moraleja y posee una intriga y una maestría en su forma de relatar que hasta la misma última página no se desvela el final. 

Algo parecido ocurre con la otra obra de teatro, si bien tiene un ritmo más tranquilo y más plano, centrado mayoritariamente en equipararse con el clásico "La dama de las camelias", en un intento de burlarse del amor a la sazón. Afortunadamente, la comedia y las risas están cien por cien aseguradas, con situaciones hilarantes y personajes desternillantes. 

Enrique Jardiel Poncela murió en la más absoluta ruina, endeudado hasta el cuello. Sus obras mordaces y satíricas, con el tiempo, le alejaron de la buena crítica y del éxito de taquilla, hasta el punto de que sus propios amigos lo abandonaron. Un cáncer de laringe terminó con él cuando apenas contaba cincuenta años. 

En los años treinta trabajó como guionista en Hollywood y en 1946 recibió el Premio Nacional de Teatro.

Cristià Serrano