Lo que sueñan los lobos. Los corderos del señor
Título: Lo que sueñan los lobos. Los corderos del señor
Título Original: (Les agneaux du Segnieur, 1998; À quoi rêvent les loups, 1999)
Autor: Yasmina Khadra
Editorial:
Alianza
Colección: 13/20
Copyright:
© Alianza Editorial, S.A., 2000, 2015
© Traducción de Santiago Martín Bermúdez, 2000, 2002
Traducción: Santiago Martín BermúdezEdición: Edición: 2015
ISBN: 9788420695136
Tapa: Blanda, bolsillo
Etiquetas: religión educación costumbrista política fanatismo fanáticos novela recopilatorio de autor terrorismo musulmanes terrorismo islámico integrismo literatura argelina patriarcado yihadismo resistencia machismo conflicto árabe-israelí fanatismo islámico Argelia sociedad argelina Cashba
Nº de páginas: 496
Argumento:
Bajo el seudónimo femenino de Yasmina Kahdra nos encontramos al escritor argelino Mohamed Moulesseloul, un excombatiente en la guerra civil, no exento de polémica en torno a sus escritos, ya que le consideran un rebelde en toda regla.
Se dio a conocer a un público mayoritario con la obra "Las golondrinas de Kabul".
En este tomo nos ofrece dos obras con tramas independientes, aunque unidas por la imagen costumbrista de la sociedad argelina contemporánea. La familia, la amistad, el fervor religioso, el desencanto, la muerte, aparecen en cada párrafo sin necesidad de nombrarlas explícitamente.
Opinión:
Dos relatos con un hilo conductor: el fervor religioso llevado a su grado extremo.
Rodeado de un clima adusto y de un tiempo lento como el que se traduce al sumergirse en ambas narraciones, no es extraño que el lector perciba cierto desasosiego y una extraña sensación de falta de aire, más psicológica que física, ya que Yasmina Khadra sabe lograr esa extraña combinación que le da a la novela un toque romántico, incluso en medio del caos y de los atroces asesinatos que se cometen en cada una de sus novelas.
En "Lo que sueñan los lobos" somos testigos de la conversión de un muchacho, que precisamente se refugia en la mezquita una vez decide rehuir de la vida sin futuro que le ofrece la sociedad de su pais. En el templo le reciben con los brazos abiertos y le apoyan para luchar contra la fatal realidad de un territorio corrupto y sin futuro alguno, envolviendo ese falso ánimo en la ilusión de que la religión todo lo puede, el caldo de cultivo perfecto que abona los ideales que promulga el integrismo.
A pesar de que Sid Ali, su amigo poeta le quiere abrir los ojos ante los peligros que supone someterse a la paz que en un principio le ofrece la mezquita, el protagonista es incapaz de ver más allá y no percibe de qué modo es utilizado para formar parte de los grupos que lideran los movimientos radicales del país, que predican y captan adeptos precisamente entre las clases más desfavorecidas.
La realidad es que dentro de estas cúpulas prima el deseo de poder muy por encima de los ideales religiosos, justificando en todo caso los crueles medios para conseguirlo.
A lo largo de toda la narración el ambiente es tenso, en parte producido por el islamismo que se reproduce de modo cancerígeno por todos los rincones del país, que se entremezcla con la confusión propia del pueblo, llamado a una revolución que no termina de entender, al comprobar que solo sirve para ver morir a sus vecinos o cómo se destrozan las familias.
"Los corderos del señor" despista en un principio con un ambiente más sereno que el anterior, haciéndonos creer que el protagonista no sucumbirá en esta ocasión al canto de sirena yihadista, todo lo contrario que la anterior, en la que se advierte la tragedia desde el primer momento. A pesar de todo, vamos siguiendo el hilo descriptivo que nos convence de estar en el mismo punto de inflexión que tiende hacia la barbarie, para encontrarnos con el mismo fin de un modo abrupto.
En común, ambas obras reflejan el absurdo del sistema de pensamiento integrista, visto desde fuera, y advierte de forma solapada sobre el riesgo de someterse al dominio de quien predica incoherencias o justifica la violencia en sus actos.
Comparar culturas no es sano ni conviene, más cuando estamos inmersos en una multiculturalidad que la mayoría aún no entiende ni quiere aceptar. No por pertenecer a un primer mundo desarrollado corre el agua tan limpia en este lado como para dar ejemplo de valores y costumbres. No es por defender ni justificar, que falta no hace, pero aquí somos dados a echarnos las manos a la cabeza por las barbaries que cometen los demás y demonizar lo extraño o lo que no conocemos, mientras que la viga sigue incrustada en el ojo propio. Viendo lo que tenemos bien cerca de nuestra casa, no me atrevería yo a lanzar la primera piedra ni criticar lo que de un modo que si se prefiere, más maquillado, utilizan desde los atriles nuestros políticos para convencer a los desfavorecidos europeos; una brutalidad a la occidental que sustenta el hambre y la falta de recursos mínimos en las clases bajas, la pérdida de dignidad, suicidios y hecatombes personales a diario.
Quizá convenga reflexionar si somos tan diferentes de esos lobos argelinos…
Saray Schaetzler
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Comentario de los lectores:
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