Las benévolas
Título: Las benévolas
Título Original: (Les bienveillantes)
Autor: Jonathan Littell
Editorial:
RBA
Traducción: Mª Teresa Gallego Urrutia
Edición: 1ª Edición, Octubre 2007
ISBN: 9788498673791
Tapa: Dura
Etiquetas:
literatura francesa
Nº de páginas: 991
Argumento:
Max Aue es un oficial
del SD (Servicio de Seguridad), una rama de las SS.
Casado, con hijos y viviendo en
Francia, treinta años después de acabar la guerra desgrana sus
recuerdos y rememora la cruel lucha entablada en Rusia y la salvaje
represión de que fueron víctimas tanto los rusos como los judíos a
manos de los Einsatzkommandos.
Cuando, poco a poco, la historia va
cambiando y el genocida se transforma en víctima, continúa la
"lucha contra el judaísmo", aunque esta vez disfrazada bajo el
intento de incrementar la producción bélica del Reich, encargo que
recibe el protagonista del RFSS Himmler, auspiciado por Albert
Speer. Para ello, Aue nos lleva de la mano por diversos campos de
concentración en los que nos muestra todo el mal de que es capaz el
ser humano. El horror de esos años acaba en Berlín, en 1945, con la
caída del régimen que propició el Holocausto.
Paralelamente, Aue, gemelo, se ve
envuelto en el asesinato de su madre y de su padrastro, es
investigado por la Kripo (Policía Criminal) y nos insinúa una
relación, no sólo fraterna, con su hermana, de la que está
realmente enamorado.
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Benévolas
Opinión:
La novela, premio Goncourt 2006 y Premio de la Academia Francesa
2007, viene precedida del escándalo. Tachada por algunos de
revisionista, defenestrada por unos y elogiada por otros, lo cierto
es que no puede dejar indiferente a nadie.
Una gran labor de investigación de Littell, que luego
condensa en una novela de casi mil páginas de gran fuerza literaria
y, por momentos, de un salvajismo inaudito que, sin embargo, no se
nos hace tediosa.
Max Aue, el protagonista, es un
nazi, homosexual, cínico y totalmente amoral. Doctor en Derecho,
culto e inquieto, aunque todo su cargo de conciencia se traduzca en
diarrea y vómitos crónicos, como si tales manifestaciones
corporales le sirvieran para justificar lo vivido/narrado. De su
mano (aunque después den ganas incluso de lavárselas) revivimos los
asesinatos en masa de judíos y disidentes en la campaña rusa,
recibimos lecciones sobre el desarrollo de los pueblos del Cáucaso
(nacionalismos que, integrados a la fuerza en una Unión de
Repúblicas Socialistas, recuperan su identidad en los años noventa
del siglo pasado), conocemos al colaboracionismo francés y a sus
máximos defensores (Brasillach y Rebatet entre otros), revisitamos
la espantosa lucha de ratas en Stalingrado, los bombardeos de
Berlín, el plan de aprovechamiento de la fuerza esclava internada
en los campos de concentración, las terribles condiciones de la
población en el infame Gobierno General (en Polonia) y la hecatombe
final a la que se precipita, con rasgos de locura e inconsciencia,
el pueblo alemán.
Pero lo más terrible, a mi parecer, es tanto la indiferencia de
funcionario que impregna al protagonista y a todos los que le
rodean, desde los más bajos a los más altos cargos, en todas sus
acciones así como la acusación de que cualquiera podría haber
actuado de la misma manera, sólo que la vida deparó la suerte de no
estar allí ("si habéis nacido en un país y en una época en la
que no sólo nadie viene a mataros a la mujer y a los hijos sino
que, además, nadie viene a pediros que matéis a la mujer y a los
hijos de otros, dadle gracias a Dios e id en paz. Pero no
descartéis nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis más
suerte que yo, pero que no sois mejores").
Littell no
descubre América, desde luego. De hecho sus descripciones, sus
historias, las hemos leído muchas veces en la enorme cantidad de
literatura, de memorias, estudios y ensayos que inundaron el
mercado desde el final de la guerra.
Incluso muchas de las descripciones de escenarios podría casi
asegurar que se han creado en virtud a la existencias de
fotografías que presentan casi exactamente lo mismo sólo que en
forma de imagen (o a películas ya vistas como "Stalingrado", "Lacombe
Lucien", "La caída de los dioses" o "El
ogro", por citar algunas).
No dice en realidad nada nuevo, no
nos descubre ningún horror desconocido, pero… nos presenta a los
asesinos, a los protagonistas en un entorno al que no estábamos
acostumbrados (Eichmann, por ejemplo, no es más que un burócrata
que va de despacho en despacho realizando trabajos que sólo son un
tornillo más de un engranaje infernal.)
Tiene otra virtud el libro que no es
desdeñable. Recopila y recrea entresijos e hilos de las
maquinaciones de unos y otros para trepar en la escala jerárquica
nacionalsocialista, en la lucha por el poder, se recrea en los
odios internos, las divisiones, las trampas y las rencillas,
personales o no, de personajes tan importantes y tan banales que
influyen, con sus decisiones, en el devenir histórico.
Y uno se pregunta hasta dónde llega
la ficción y dónde comienza la realidad.
En resumen, un vertiginoso, amoral,
cruento y revulsivo relato de una época en la que imperó la
"banalidad del mal" que ya Hannah Arendt expuso desde su relación
con Heidegger hasta su conocida obra "Eichmann en
Jerusalén".
Por todo, una obra absolutamente recomendable tanto para los
interesados en el tema como para aquellos a los que nunca les ha
interesado este campo de estudio.
* Las Benévolas, por si alguien se lo pregunta, y puesto que
parecen no tener una relación directa con el tema del libro (algo
que ya plantea como acertijo la revista "Qué leer" de noviembre),
son las diosas infernales, las diosas vengadoras, las Erinias de
Homero y Hesiodo, las Euménides ("benevolentes" llamadas así con
cierto cinismo) y a las que los romanos conocieron como las
Infernales. Eran tres: Alecto ("la incesante"), Tisífone
("expiadora del asesinato") y Megera ("la Odiosa"). A éstas,
Eurípides añadió una cuarta, Lisa ("la rabia").
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Comentario de los lectores:
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