La verdad no termina nunca

Opinión:

Sergi Doria analiza la época de la posguerra desde distintos puntos de vista, se preocupa de la gente y deja de lado a políticos y militares que, aun estando presentes, no participan directamente en aquello que el autor quiere transmitirnos, cediendo el protagonismo a los hombres y mujeres que se abrieron paso en una España difícil y complicada que tuvo que aprender del silencio y del olvido. Pero no todos se conformaron, como Alfredo, que da voz en la novela a esa población inquieta que no se conformó y que siempre necesitó saber más.

Un pasado que su madre calla, pensamientos que quedan apagados tras el ruido de la incansable máquina de coser o por el sonido de las viejas estrofas que canta. Una madre que no tendrá más remedio que darle a su hijo alguna pista, que no le hará ningún daño pero que seguirá contribuyendo a alimentar esa búsqueda que no va a ninguna parte.

El lector, mientras tanto, acude a un momento histórico convirtiéndose en un ciudadano más de aquella Barcelona de principios del siglo XX, participando de todos aquellos cambios que se vivieron, asimilando las noticias que llegaban de Europa, de allende los mares o desde la capital, donde siempre se marcaba el ritmo del resto de la sociedad. Un paseo minucioso por la España de los años 30 hasta los 50; la crónica de una ciudad con el ritmo marcado por la posguerra.

El relato es rico en personajes variopintos de aquel periodo y nos regala la relación de un músico con una modista de teatros, periodistas jugando a espías de andar por casa y buscavidas de toda condición. Anarquistas, boxeadores, políticos y legionarios, en torno a los casinos fraudulentos donde conoceremos el significado de Straperlo. La España del vodevil, las cupletistas, las pasiones imposibles y un pintor psicodélico que trabajó para la tortura del régimen franquista. La investigación que realiza el protagonista en la biblioteca Central da sus frutos y así recordaremos algunos pasajes de la vida de Antonio Llucià , un estafador y genio de los disfraces con el que vivimos interminables aventuras y alguna locura a través de la primera novela del escritor "No digas que me conoces".

El personaje de Promio nos despista, pues se funde en el tiempo para hacernos sentir atraídos e interesados por varios personajes que se encuentran detrás de su nombre desde finales del siglo XIX; los cuales participan en un momento histórico de alta tensión como lo fue el de las elecciones de febrero de 1936 y vuelven a aparecer bien adentrada la posguerra. Un juego de identidades que habremos de ordenar y situar de manera cronológica e histórica.

La extensa documentación manejada por el autor, descubierta en periódicos y semanarios gráficos, dice mucho de esa memoria perdida por los rincones, oculta en cajas polvorientas. Gracias a toda esa información el autor realiza un homenaje al periodismo de la época, sin el que no sería posible sacar a la luz historias como ésta para ponerlas sobre el papel por medio de la ficción, con esa delgada línea que la separa de la verdad, esa que no termina nunca y que contribuye a que sigamos explorando en busca de algún personaje injustamente olvidado.

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