La templanza

Opinión:

Cuando reseñé "Misión olvido", la segunda novela de María Dueñas, me alegré de no haber leído su primera obra, "El tiempo entre costuras", ya que así no podía hacer esas tan odiosas comparaciones que nos gustan a todos. Hoy no puedo alegrarme de la misma forma. Ya puedo hacer comparaciones. Y sí, son antipáticas, pero no por ello dejan de ser necesarias para contemplar la evolución de un autor.

En "La templanza" volvemos a asistir a la magia que catapultó a María Dueñas a los primeros puestos de los más vendidos con su primera novela: personajes inolvidables, una trama bien trazada, una historia interesante...

La autora nos descubre a un Mario Larrea tenaz, pragmático y luchador. Un hombre capaz de conservar la frialdad ante los problemas, así como una aguda mirada autocrítica y una enorme capacidad de adaptación para afrontar los imprevistos. Es un magnífico personaje que carga con casi todo el peso de la novela. Sabe hacerse querer y respetar por el lector. Incluso, algunos encontrarán una cierta satisfacción en admirarle, porque es admirable.

También sabe María Dueñas cómo presentar a los personajes femeninos. Soledad Montalvo, contrapunto al protagonista masculino, no es tan recta, ni tan meridianamente clara, su vida tiene rincones oscuros, se ha visto obligada a hacer cosas de las que no se siente orgullosa, en ella casi nada es lo que parece... es una mujer sola frente a un mundo de hombres que ha aprendido a sacar provecho de ello para mantenerse a flote.

Pasean por las más de quinientas páginas de la novela otros personajes atormentados, con sus miedos a cuestas, casi todos ellos complicados, con secretos que los humillan y verdades ocultas tras redes de mentiras. En ocasiones parece que todos fueran excesivamente complejos, que tuvieran vidas difíciles, casi como una forma mecánica de complicar la trama y, que a veces, puede desembocar en la idea de que más bien parece que leyéramos un folletín de aventuras y no una novela.

Y tanto termina complicándose todo, que ha resultado necesario echar mano de recursos 'facilones' para ir resolviendo los problemas, como cuando se hacen rápidas amistades entre los personajes para que uno de ellos le cuente a otro todo lo que necesita saber, o para que uno proteja a otro en contra de toda decisión lógica,...

Igualmente, al héroe hay que ponerle trabas en el camino para que avance y madure como personaje principal; en algunas ocasiones, en "La templanza", esas trabas me han parecido ciertamente flojas o poco explicadas. Denoto en Mario Larrea una extrema caballerosidad mal entendida que le lleva a perder buenas oportunidades de negocio o escrúpulos que no vienen al caso, dudas morales que tanto él como Soledad tienen cuando han realizado otras acciones más que criticables; actos que no cuadran con el carácter de los personajes, recursos poco creíbles como incendios o suicidios que arreglan problemas de una forma cuasi mágica... quizá todo ello porque hay que desenredar una madeja que se ha complicado en demasía.

Lo que se le agradece a María Dueñas es lo fácil que resulta leerla, su riqueza lingüística y su gran manejo del idioma; así como la documentación de la época tanto a nivel histórico como geográfico que consigue que la novela nos parezca más una película. Descripciones sugerentes, entornos coloniales, el sonido del mar, la aspereza de su sal en la nariz, la sequedad del polvo del camino cuando Mario Larrea llega a Veracruz...

La novela comienza con una pregunta que suscita curiosidad: "¿Qué pasa por la cabeza y el cuerpo de un hombre acostumbrado a triunfar, cuando una tarde de septiembre le confirman el peor de sus temores?"  Y continúa: "Ni un gesto fuera de tono, ni un exabrupto."

Con esas sencillas palabras el lector ya ha caído en la trampa, quiere saber más: saber por qué Mario Larrea no se inmuta, qué hará después. En definitiva, sí, el lector quiere saber qué es lo que pasa por la cabeza de ese hombre que teniéndolo todo se queda sin nada. Pocas páginas después, el personaje protagonista le resultará tan interesante, y el argumento tan cautivador, que no querrá dejar de leer.

Y un simpático guiño de la autora hacia el lector: el usurero al que el protagonista cede el título de propiedad de su hacienda en México, un personaje execrable y deleznable, se llama Tadeo Carrús. Su hijo, tan avaricioso y ruin como él, es Dimas Carrús. ¿Podría ser una referencia al Judas Tadeo de la Biblia y a uno de los ladrones que murieron junto a Jesús en la Cruz? ¿O, es una simple casualidad?

La lectura de "La templanza" me ha demostrado que sus personajes no suelen creer en casualidades, quizá la autora tampoco...

Gemma Nieto