Anika entre libros

La primera vez que vi un fantasma

Ficha realizada por: Inés Macpherson
La primera vez que vi un fantasma

Título: La primera vez que vi un fantasma
Título Original: (La primera vez que vi un fantasma, 2018)
Autor: Solange Rodríguez Pappe
Editorial: Candaya
Colección: Candaya Narrativa


Copyright:

© Solange Rodríguez Pappe, 2018

© UArtes Ediciones, 2018

© Editorial Candaya, S.L., 2018

Edición: 1ª Edición: Octubre 2018
ISBN: 9788415934561
Tapa: Blanda
Etiquetas: relatos recopilación recopilatorio de autor horror terror fantasmas violencia de género miedo literatura ecuatoriana terror fantástico género fantástico fantasía oscura
Nº de páginas: 144

Argumento:

¿De qué están hechos los fantasmas? ¿Qué lugares habitan? En los cuentos de Solange Rodríguez Pappe, los espectros tienen muchas formas, pero habitan los interiores, sobre todo los de las personas, aunque siempre aparezcan hacia fuera, entre las paredes de un hotel o en los nudos de una trenza. Y están hechos de sus miedos y deseos. Porque los humanos estamos hechos de ese material, y a veces se nos escapa de las manos y nos devuelve la mirada.

En estos cuentos, los fantasmas y los monstruos aparecen en la tripa de una gata embarazada, en el relato aparentemente inocente de una chica, en los sueños compartidos, en mundos distópicos y en relatos que son una especie de muñeca rusa donde personajes y lector tienen mucho que decir… o no. Lo extraño se arrastra por las calles, te observa desde la sombra, se deja intuir en una herida, en un vacío en la forma de una mujer que comprende que el dolor es otro fantasma, uno que puede ser muy cruel. Porque, al final, todas esas sombras forman parte de nosotros.

 

Opinión:

 

Siguiendo la estela de otras mujeres que han sabido jugar con la idea de los fantasmas como algo que no habita el más allá, sino el más acá, donde las heridas internas supuran dolores y soledades que toman formas espectrales, Solange Rodríguez construye un conjunto de relatos donde nuestros deseos, tanto los de venganza como los de sentirnos queridos, adquieren una fuerza fantástica y sobrenatural. Son fantasmas que se adhieren a nosotros, porque en el fondo forman parte de nuestra piel y nuestros sueños. No son un susurro en la nuca ni una sombra difusa en el pasillo. No se esconden tras la puerta ni aguardan para asustarte en una esquina solitaria en plena noche. Son más bien espejos que señalan con el dedo los miedos que nos mordemos para que nadie los vea. Pero al final los vemos nosotros.

Lo más interesante de los relatos que forman "La primera vez que vi un fantasma" es la sensación de estar transitando por mundos extraños que, a su vez, son completamente naturales. La forma en que lo cotidiano se va transformando en extraño no resulta chocante, es casi como si tuviera que ser de esa manera. Es cierto que hay una preparación en la forma en que presenta la atmósfera, pero al llegar al final del cuento sabes que esa era la única forma en que podía acabar. Probablemente esto se consigue precisamente por esa capacidad de extraer del interior los fantasmas y dejarlos caminar a tu lado. Es algo paulatino, sutil, que va creciendo a medida que pasas las líneas, los párrafos y las páginas. 

Hay relatos que se condensan en apenas una o dos páginas, jugando con ese don que tienen algunos escritores para crear una historia con casi nada. Simbólicos, con pinceladas de metaliteratura y atreviéndose a jugar con la estructura misma del cuento en el propio relato, recordando lo que es un final abierto, estos pequeños cuentos contrastan con los cuerpos más sólidos que los acompañan, donde la autora te sumerge mucho más, te lleva de la mano a un universo denso, no porque pese, sino porque te toca. Historias como la de «Matadora» o «La primera vez que vi un fantasma» son dos ejemplos perfectos de esta brumosa densidad que te envuelve. Son dos historias que, además, salpican con una realidad conocida, la del abandono y la violencia contra la mujer. En ambos casos, las protagonistas son conscientes de lo que ocurre, pero en cada relato la reacción es distinta, porque a veces podemos acoger a nuestros fantasmas, hacerlos nuestros, pero otras veces simplemente podemos observar cómo nos rondan, un recordatorio constante del hueco del que han salido.

"La primera vez que vi un fantasma" es una muestra más de la capacidad que tienen algunos escritores para jugar con el miedo desde otro punto de vista; un miedo que, aunque sea oscuro, no necesita ni la noche ni las sombras para arañarte por dentro.  

 

Inés Macpherson

 

 

 

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