la mano invisible

Opinión:

Cada mañana me tomo un café mientras consulto mi email, y miro la prensa. Tras comprobar que el país se está yendo a la mierda, abro la página de blogs de Público y leo a Ignacio Escolar y a Isaac Rosa. Me consuelo al pensar que no soy el único que se da cuenta de ello y empiezo a trabajar. Trabajar, “Trabajar cansa”, como titula Isaac Rosa a su columna en el periódico. La literatura de Isaac Rosa no es ninguna desconocida –Premio Rómulo Gallegos 2005, con su novela El vano ayer- y no sólo es reconocido y admirado por su cualidad de novelista, también por ser uno de los intelectuales de izquierdas, que actualmente asume su mejor su condición y social.
 
El trabajo parece estar tratado en la literatura de los últimos años como algo circunstancial. Algo en lo que los personajes ocupan su tiempo, quizás para darles verosimilitud y mejor definición, para que el lector pueda llegar a identificarse con alguno de ellos, o para reforzar la propia personalidad que afianza su mundo interior. Isaac Rosa nos mete en la piel de una serie de individuos, hasta el punto en que sentimos el tacto áspero de la arcilla de los ladrillos, el olor a los tendones de un cerdo cuando lo cercenamos con un cuchillo, o la grasa que sale de las manos del mecánico. Incluso el olor a polvos de maquillaje, café, tabaco y carmín que sale del rostro de la prostituta. Consigue emocionar, consigue que el lector empatice con ellos y se haga testigo y cómplice de su situación. Describe perfectamente en qué consiste su tarea, pero también cómo es su vida más allá de la jornada laboral. Isaac Rosa, transmite al lector dolores de espalda, ojos cansados y manos hinchadas. Describe la psicología y la lógica del patrón, siempre desde el punto de vista de los trabajadores, pero con la frialdad de un narrador testigo que a veces roza la omnisciencia.
 
Lo curioso no es que hable de las circunstancias, las penas y desgracias de los protagonistas, sino cómo da una vuelta de tuerca al concepto y los ubica a todos trabajando mientras son observados, sin saber por quién, ni para qué. Hace que se planteen si realmente su esfuerzo sirve para algo, y de no ser así, por qué lo hacen. Los personajes se resignan en un primer comienzo a la humillación, e incluso al escarnio público, a estar ocho horas con unos enormes focos bajo los que son observados como monos. Se sientes artistas, padecen la erótica del espectáculo comentada en programas de televisión nocturnos. Algo que todos rechazan y pese a sus lamentos notan como les otorga cierto brillo, a sí mismos y a la labor que desempeñan. Incluso el lector se ve también un mero espectador de la supuesta pantomima, a medio camino entre el experimento y el espectáculo. La novela refleja de forma sensacional las relaciones interpersonales entre los personajes, sus diferencias, cómo cada quién es perfectamente reconocible sobre la maraña etérea que los confunde.
 
Lo mejor, el estilo, continuo, sin ningún elemento que entorpezca la narración o la lectura, como si el propio Isaac Rosa se encontrase alienado, tecleando. Víctima también de dolores de cuello y huesos entumecidos de la misma forma en la que sufren algunos de los personajes de su novela.
 
La mano invisible, la mano invisible que maneja los hilos, la mano invisible que realiza lo que no somos capaces de ver o no queremos ver, la que limpia los baños de las estaciones de metro, coloca los espejos de nuestros coches antes de que salgan de la fabrica, sirve nuestros cafés o nos vende un poco de sexo cuando la dignidad deja de ser una virtud y se convierte en una opción. La mano invisible que como “concepto de economía”, alude a la capacidad autorreguladora del libre mercado y aboga por la no intervención del estado en la economía. De nuevo una vez más Isaac Rosa demuestra su genio: el título da una trascendencia y un valor añadido a la obra, que incluso se pierden los que desconozcan este último dato.
 
Es una novela más que recomendable, una novela que marca un antes y un después en la narrativa actual. Un libro necesario en los días que corren y que nos invita a pensar en el lugar que el trabajo ocupa en nuestras vidas, y las condiciones que soportan muchas veces los empleados. Nos invita a reflexionar simplemente observando, para darnos cuenta de que aún hoy, muchas cosas no funcionan, todo ello desde el enfoque humano, con una prosa magistral lejos de farragosos discursos apolillados. 
 
Salvador J. Tamayo