La invención de la libertad
Título: La invención de la libertad
Título Original: (La invención de la libertad, 2016)
Autor: Juan Arnau
Editorial:
Atalanta
Colección: Memoria Mundi
Copyright:
© Juan Arnau, 2016
© de la ilustración, Quint Buchholz, 1997
© Ediciones Atalanta, S. L., 2016
Edición: 1ª Edición: Marzo 2016ISBN: 9788494377075
Tapa: Dura
Etiquetas: astrofísica biología budismo naturaleza ensayo filosofía literatura española metafísica pensamiento humanistas revolución teología positivismo naturalismo monismo Whitehead ateísmo shamkya Henri Bergson William James Bertrand Russell empirismo Spinoza
Nº de páginas: 269
Argumento:
"La invención de la libertad" es uno de los libros más claros, lúcidos e interesantes que se han escrito en torno al paradigma mecanicista en que vivimos hoy día. Juan Arnau logra un ensayo soberbio, complejo pero genero con los lectores.
Desde que Galileo, Newton, Descartes y finalmente Kant establecieron las leyes de un universo inmutable, eterno y fijo, la ciencia, especialmente la matemática, ha cobrado un papel cada vez más decisivo a la hora de explicar el mundo. Frente a estas ideas, Juan Arnau se basa en el pensamiento de tres grandiosos pensadores del siglo XIX que pusieron en tela de juicio dichos principios, se rebelaron en el momento más difícil, y su voz, lamentablemente, apenas fue escuchada.
Opinión:
Por poner un ejemplo: Richard Dawkins, uno de los mayores abanderados del ateísmo y críticos contra cualquier sistema o creencia religiosa, fundamenta su discurso en el mecanicismo cientifista. Para Dawkins y tantos otros, el ser humano no es más que una suerte de resultado biológico, una masa artificial sin conciencia, sin capacidad de decisión y por tanto sin libertad, ya que los estímulos biológicos y neuronales explican nuestro comportamiento, nuestro día a día. Esta necesidad por gran parte de la ciencia contemporánea de reducir lo natural a lo artificial es una constante que se lleva dando desde el siglo XVI, cuando Galileo formula sus primeras leyes cósmicas, que posteriormente Newton exterioriza en su idea de un universo fijo, inmutable, absolutamente cognoscible y reducible a números y expresiones abstractas del conocimiento. Descartes, por su cuenta, hizo lo propio con la filosofía, a pesar de que compitió con duros contemporáneos que intentaron revitalizar los principios medievales adaptándolos a la época, pero Spinoza y Leibniz no terminaron de cuajar. Ya en el siglo XVIII, Kant da la estocada final al pensamiento abstracto, sirviendo como punto de apoyo moral e intelectual para la época de la Revolución Industrial y el avance del mundo moderno en el siglo XIX. Desde entonces, hasta hoy día, el mundo por igual (con especial incidencia en Occidente) ha vivido inmerso en un proceso de transformación del paradigma natural por el mecanicista. Todos los hechos han de ser cognoscibles, todo mesurable, todo comprobable; aquello que no se ajuste al sistema, queda excluido.
La vida humana, y la conciencia en particular, se escapan a este modelo teórico del conocimiento. La naturaleza parece seguir patrones que no se corresponden con el modelo estándar de "realidad". Juan Arnau lo sabe bien. Su formación en astrofísica y en matemáticas le consolidan como un hombre que ha estado en las dos orillas, que ha viajado de un continente del saber al opuesto (más bien complementario), llegando a estudiar filosofía y budismo en concreto. Su amplia visión le lleva a dar la mano al lector y nos pide que le acompañemos en un viaje por las biografías de tres personajes que vivieron a finales del siglo XIX. William James fue hermano del conocido escritor estadounidense Henry James. Aunque se pueden rastrear curiosas conexiones entre ambos hermanos, James acabó estudiando medicina para luego seguir en la filosofía. El centro de su obra radica en la distinción de monismo/pluralismo. Este punto de partida sobre cómo cada ser humano concibe el mundo que le rodea es fundamental para entender nuestro día a día. Se mostró contrario a las teorías que dicen que si un ente supremo conociese el pasado completamente, conocería el presente y el futuro; de tal modo que el universo ya está escrito, que no existe libertad, que no existe movimiento. Principio y fin son uno y la idea de un Dios todopoderoso, un Dios tipo del Antiguo Testamento, sirve de respuesta a tales argumentos. Frente a esto, James propone un universo que está en continua construcción, que cada acto y acción de cualquier ser vivo lo transforma, representando una nueva letra en una novela sin un fin determinado.
El segundo personaje estudiado es Henri Bergson. Judío francés, se centró en la unión de la ciencia, el empirismo. Para Bergson, la conciencia, la experiencia del ahora y de lo que se vive es uno de los pocos, si no el único motivo, para tratar de coquetear con lo real, con lo que merece la pena atender. La ciencia por lo tanto, ha de ser una ciencia volcada al estudio del fenómeno de la vida, de la experiencia. El estudio de esta experiencia, unido a su interés en la unión con la ciencia, le llevó a tratar de analizar las categorías de la nueva realidad. Tal vez una de sus teorías más interesantes y radicales es aquella que afirma que la memoria no reside en la mente, en el cerebro humano. No existe ninguna prueba determinante que nos indique que los recuerdos provienen de esa parte del cuerpo. El cuerpo humano sería por tanto un transmisor, un canal conector que une la experiencia, que es etérea y nos rodea, con las ideas que despierta la imaginación.
El tercero es Alfred North Whitehead, tal vez el más vital, el más auténtico e interesante de los tres. Durante su juventud, junto con Bertrand Russell llevaron a cabo la investigación de los Principia Mathematica, una de las obras fundamentales de lógica formal matemática que nunca se han escrito. Durante los más de diez años que dedicaron a su escritura, le sirvieron a Whitehead para rechazar al final de su vida todo lo que tuviera que ver con las matemáticas. Su interés por la filosofía y la metafísica lo llevó a profundizar en el estudio de la naturaleza y en la idea de Dios. Para Whitehead, la idea de un Dios hebreo que crea el mundo y luego se desentiende no tiene ningún sentido. Dios nos necesita tanto como nosotros a él. Es un ente en formación que se va creando conforme a la experiencia de nosotros mismos, que cambia y muta, que no conoce su propio destino y este se encuentra ligado de alguna manera al nuestro.
Juan Arnau vuelve a colocarse a las antípodas del pensamiento establecido. Da un golpe sobre la mesa para hacernos despertar, para que comprendamos que la vida es mucho más rica, interesante y compleja de lo que la mayoría pensamos. Nos anima a pensar, a reflexionar, a cuestionarnos absolutamente todo, a ser originales en el pensamiento, tanto como lo fueron estos tres escritores de finales del siglo XIX que trataron de poner en tela de juicio el positivismo que finalmente acabó imperando desde principios del siglo XX hasta hoy día. Una delicia de libro.
Antonio Sanz Egea
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