Euforia

Opinión:

En las últimas décadas hemos conocido distintas facetas de Carlos Marzal, todas ellas con reminiscencias de su escritura poética: su labor novelística con obras tan celebradas como "Los reinos de la casualidad" (2005) y "Los pobres desgraciados hijos de perra" (2011); sus tanteos con el género ensayístico en "Los otros de uno mismo" (2009) y su acercamiento a la fragmentariedad y a la lucidez del aforismo en "La arquitectura del aire" (2013). En cambio, su poesía quedó truncada en 2009, con un silencio que se había mantenido desde la publicación de "Ánima mía", poemario de tono existencialista que, al igual que "Los países nocturnos" (1996), celebraba la existencia al mismo tiempo que expresaba la sensación de desamparo ante la muerte. Tras estos trece años sin escribir poesía, Marzal regresa ahora con "Euforia", un libro donde rompe con los motivos trágicos y elegíacos de poemarios anteriores e impone tonos y cadencias celebratorias, como una gloria oda al gran misterio que es la vida.

Fiel a su estilo propio y al verso libre, Carlos Marzal ha reunido en este libro -uno de los más largos y ambiciosos que ha escrito- más de cien composiciones poéticas, todas ellas alineadas con la poesía de la experiencia que el autor viene practicando desde los años ochenta. Con un tono algo más maduro y sentencioso que en libros anteriores, los poemas de esta obra atraviesan todo tipo de senderos: desde textos inspirados por los motivos más banales y cotidianos que a uno se le puedan ocurrir (como la lista de la compra, el parte meteorológico o el acto de tender la ropa) hasta profundas reflexiones sobre el inexorable paso del tiempo, sobre el temor, el deseo, la muerte, la idea de Dios, la inspiración o la belleza. Para ordenar de alguna forma toda esta variedad temática, Marzal ha dividido el libro en cuatro bloques que, por su extensión, podrían incluso leerse como cuatro poemarios independientes.

En el primero de estos bloques, bajo el título de "Oigo voces", se reúnen casi una veintena de composiciones orientadas a describir la magia de la vida cotidiana, desde la fragancia del romero y el ruido de la lluvia en el jardín hasta la asunción de una postura celebratorio por encima de todo ("lo fúnebre no cabe / en mi manera de entender el mundo", escribe, y así lo demuestra en un poema en homenaje de Joan Margarit). Se incluyen en esta sección poemas tan hermosos como "Patres et filios", donde contemplas al padre y al hijo leyendo durante hojas en sillones enfrentados, en una compañía silenciosa que es amor sin expresarse: "No dijimos jamás que nos queríamos. / ¿Para qué subrayar las obviedades?". La segunda parte del libro, "Ilusionismo", reúne otra treintena de poemas que insisten nuevamente en el goce de la existencia ("Se está bien en el mundo, / en especial si el mundo decide estar a bien / con el huésped que somos", escribe). No obstante, esta nueva sección incorpora una línea temática que no había aparecido anteriormente: la reflexión sobre la propia obra, sobre el silencio en el que se había sumido el autor o sobre su propia labor como docente.

Algunos de los poemas más simpáticos y agradables de "Euforia" están dedicados a otros poetas y amigos del autor, como Eloy Sánchez Rosillo, Luis Landero o Alejandro Simón Partal, amistades que participan de este goce extático que proponen los versos de Marzal. En la tercera sección del libro, "Un verano tenaz", poemas en torno al fallecimiento de Francisco Brines o sobre los amigos muertos parecen aliviar ligeramente esa euforia, pero no por ello deja de percibirse una actitud contenta y desenfadada en sus versos. La última sección del libro, "Yo te ajunto", abre al sujeto lírico hacia la exterioridad y, de esta forma, incorpora todo un conjunto de poemas amorosos que buscan en el deseo y en el cuerpo ajeno un nuevo lenguaje para el goce.

Así pues, este último poemario de Carlos Marzal transita todo tipo de senderos y evoluciona a medida que el lector avanza en la lectura, ensayando formas y lenguajes que conectan con la actitud más pasional y gozosa de la vida. Con ello, queda claro que Marzal ha encontrado la solución definitiva ante la postura existencial que siempre había planteado la poesía de la experiencia: cantar a la vida, a las formas de disfrutarla, es la única posibilidad que queda para no entregarse a la desolación.

Darío Luque