Anika entre libros

Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina

Ficha realizada por: Fernando Martínez Gimeno,Violeta Lila
Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina

Título: Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina
Título Original: (Два царства (Dva tsarstva),1991)
Autor: Liudmila Petrushévskaia
Editorial: Atalanta
Colección: Ars Brevis


Copyright:

© Ludmilla Petrushevskaya, 1991
© De la traducción: Fernando Otero
© Del prólogo: Jorge F. Hernández
Ediciones Atalanta , S.L.

Traducción: Fernando Otero
Edición: 1ª Edición: Marzo 2011
ISBN: 9788493846602
Tapa: Blanda
Etiquetas: relatos fantasía género fantástico gótico humor negro libros premiados literatura rusa realismo recopilatorio de autor terror recopilación secretos guerras hambre oscuridad
Nº de páginas: 256

Argumento:

Fiel a la rica tradición oral de su país, donde las mujeres tienen un talento natural para contar historias, Liudmila Petrushévskaia cautiva la imaginación con estos relatos directos, tan cercanos al espíritu místico y pesadillesco de Poe como a la sobria exactitud realista de Chéjov. Cada cuento transmite el peso de la vida y, al mismo tiempo, el roce vertiginoso de lo extraño. Pero lo insólito siempre acaece a gente corriente: un coronel que acaba de perder a su esposa y habla con ella en sueños; una mujer que odia a su vecina y vive con ella y su niño en un mezquino apartamento de dos habitaciones; un joven que anuncia a una familia la horrible noticia de que una epidemia se ha extendido por toda la ciudad. A veces los personajes se identifican con lo puramente fantástico: una gorda inmensa, que necesita tres sillas y dos camas para descansar, se convierte cada noche en dos deliciosas bailarinas que danzan por la casa; o una muchacha que ha perdido la memoria y se encuentra en un lugar desconocido y que es recogida por un camionero monstruoso y un siniestro encapuchado…

 

Opinión:

 

Violeta Lila

Si los cuentos de hadas hubieran nacido en la Unión Soviética, serían como los de Liudmila Petrushévskaia: oscuros, asfixiantes y con una crudeza que te deja helado. "Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina" no es solo un título impactante, es toda una declaración de intenciones. Aquí no hay bosques encantados ni príncipes salvadores, sino apartamentos diminutos, hambre, guerra, y esa fina línea entre la vida y la muerte que la autora pisa con la naturalidad de quien lleva toda la vida conviviendo con la desesperanza.

Esta colección de relatos, premiada con el World Fantasy Award, nos sumerge en un universo donde lo macabro se mezcla con lo mundano. Padres que se niegan a aceptar la muerte de sus hijos, epidemias que convierten el amor en un ejercicio de crueldad, almas en pena que deambulan por los pasillos de edificios soviéticos… y todo contado con una prosa engañosamente sencilla, casi oral, como si alguien te estuviera narrando un cuento al oído en una noche demasiado larga.

La maestría de Petrushévskaia radica en su capacidad para convertir lo cotidiano en pesadilla. En "Higiene", unos padres deciden aislar a su hija enferma con una frialdad espantosa; en "Los nuevos Robinson", una familia sobrevive en el campo esperando una invasión que nunca llega, atrapada en un limbo de desesperación; en "El abrigo negro", una mujer deambula en un paisaje que no sabemos si es un sueño, una pesadilla o la antesala de la muerte.

Casi una veintena de relatos bajo diferentes títulos: Canción de los eslavos orientales. Alegorías. Réquiems. Cuentos de hadas.

Pero lo más perturbador de estos relatos no son los fantasmas, ni los muertos que regresan, sino la tristeza infinita que impregna cada página. Aquí el miedo no viene de lo sobrenatural, sino de la certeza de que el horror más grande es la vida misma. No es casualidad que Petrushévskaia haya sido censurada durante décadas en su país: sus historias son espejos incómodos de una sociedad fracturada, un golpe en el estómago disfrazado de literatura fantástica.

La edición en español, publicada por Atalanta y traducida magistralmente por Fernando Otero, es un auténtico regalo para los amantes del terror literario. Si disfrutas de la melancolía gótica de Poe, el absurdo cruel de Kafka y el humor negro de Tim Burton, este libro es para ti. Eso sí, prepárate: cuando lo cierres, sentirás que el mundo es un poco más frío, más opresivo… y mucho más inquietante.

Después de leer a Petrushévskaia, uno no puede evitar preguntarse: ¿de verdad hemos dejado atrás las pesadillas de la infancia o solo hemos aprendido a convivir con ellas? Sus cuentos no buscan asustarnos con monstruos ni hacernos saltar de la silla con giros inesperados. No necesitan hacerlo. Nos muestran algo peor: la vida como un cuento de hadas roto, donde la magia es una ilusión, la esperanza se filtra por las grietas y lo fantástico no es un escape, sino otra forma de condena.

Porque al final, lo que más aterra de este libro no son sus fantasmas, sino la sospecha de que, en el fondo, ya vivimos en uno de sus cuentos.

Grandioso.

 

Violeta Lila

 

SOMBRA

 

Fernando Martínez Gimeno

Pocas son las ocasiones en las que mis lecturas de antologías salen de los límites de autores nacionales, pero ocurre que de vez en cuando, por referencias, por curiosidad o por mero afán de nuevas inquietudes, me lanzo a por alguna recopilación del otro lado de los Pirineos. Y en esta oportunidad mis garras lectoras llegaron hasta Liudmila Petrushévskaia, y poder leer que esta antología era premio Mundial de Fantasía ya fue el acabose. Ya no había vuelta atrás.

Me encontré con una antología que repartía sus relatos en cuatro apartados (canciones, alegorías, réquiems y cuentos de hadas) y que podría decirse que son parte de una obra de larga duración. Como si la autora quisiese dar un paseo literario por sus historias, desde que empezara a plasmarlas en papel, hasta nuestros días. Podremos ver en ellas cómo fue la Rusia campesina, la comunista, ese país encerrado en sí mismo por sus dirigentes, tras sus fríos inviernos. Unos relatos que encierran otros relatos, a semejanza de esas muñecas rusas que encierran a otras de menor tamaño (matrioskas) y que nos llevan a conocer personas y personajes imaginarios, pero a la vez muy reales.

Curioso el título de la antología, que a diferencia de otras, que eligen el título de uno de los relatos para darle título al contenido, en esta ocasión no es así. Aunque no es cierto del todo, ya que tras leer los relatos, ves que uno de ellos tiene que ver con ese título, que bien podría ser el resumen en una línea del cuento.

Me he alegrado por ello, tras leer los relatos, de haber emprendido la aventura de adentrarme en la literatura de esta escritora rusa. He paseado con su prosa por esas imágenes que tenemos en la retina de los rusos y rusas de ciertas épocas comunistas de su historia, arraigados en su tierra, en sus costumbres, y a la vez ciudadanos de un país enorme que los olvida.

 

Fernando Martínez Gimeno

 

 

 

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