Entrevista a Vanessa Montfort por La leyenda de la isla sin voz
En 1867, un Charles Dickens ya mayor, rememora junto a una joven maestra que da clases en el orfanato de la isla, y una pequeña niña llamada Nellie, la época en que visitó por primera vez la isla de Blackwell (donde están evocando los recuerdos). Llegó intrigado por una misiva que le hablaba de un tesoro y un secreto escondido en la isla, y cuando aterrizó no imaginó ni por un segundo que allí dejaría al amor de su vida, que viviría una de las experiencias más importantes de su existencia, y que nacería, además, el germen de uno de sus más famosos cuentos.
Esta historia queda plasmada en la última novela de Vanessa Montfort, "La leyenda de la isla sin voz" (Plaza & Janés, 2014), y de ella vamos a hablar. Prometo una entrevista llena de cosas muy interesantes. Allá vamos.
ENTREVISTA
¿Qué te une a Nueva York? ¿De dónde sale ese amor para que vuelvas a utilizarlo de escenario?
Mi relación con NY está muy condicionada por mi biografía. Parte de mi familia es de esta ciudad pero sólo he vivido en ella cortas estancias de tiempo durante toda mi vida. No recuerdo la primera vez que estuve en ella pero sí, que cuando era niña, para mí era un lugar curioso, distinto a mi Barcelona natal o al Madrid donde me crié pero que me era, a la vez, extrañamente familiar. Por aquel entonces, no tenía claro cómo me transportaba hasta aquella ciudad. Me metía en una cápsula y al día siguiente me despertaba en una ciudad luminosa donde se hablaba mi segunda lengua y donde todo olía y sabía diferente. Incluso sus habitantes me parecían casi de ficción. Quizás por eso, en algún momento, coqueteé con la idea de que era en realidad una especie de "País de las maravillas" y yo su Alicia. Nueva York existía sólo dentro de mi cabeza y sus habitantes eran mis personajes. De hecho, alguno de mis primeros cuentos de la niñez ya se ubicaban en La Gran Manzana. De ahí nace mi imaginario creativo en Nueva York. Y el concepto de "Ciudad Ficción" que da lugar a mi primera novela neoyorquina "Mitología de Nueva York".
Has contado en alguna ocasión que conociste la isla de Blackwell por casualidad y que enseguida fuiste allí: cuéntanos qué viste, tus sensaciones…
Sí, conocí la Isla de Blackwell mientras me documentaba para mi novela anterior. Estaba sacando una foto y me llamaron la atención unas ruinas de aspecto gótico de cuyo interior brotaban árboles, que salían por sus ventanas y techo. Estaban allí, al lado del agua, en una isla entre Brooklyn y Manhattan de la que mis acompañantes no habían oído hablar, a pesar de ser de la ciudad. Tampoco yo la había visitado. En su otro extremo había un faro antiguo. Eso fue suficiente para que quisiera conocer la isla en ese mismo momento. Tuve un pálpito.
Cuando llegamos, entramos a las ruinas a través de un agujero que había en la alambrada que las protegía. Las vistas de Manhattan y del East River desde ese ángulo cobraban aún más fuerza y una nueva perspectiva. Fue justo antes de irme cuando descubrí un pequeño y rudimentario puesto de información en cuyo interior, las paredes estaban forradas de fotos antiguas de enfermeras decimonónicas, presos con sus uniformes a rayas caminando entre la bruma, reconocí el faro, el edificio que ahora estaba en ruinas, y entre todas ellas, un retrato de Charles Dickens. ¿Él estuvo aquí?, le pregunté a la mujer, que luego resultó ser la presidenta de la Roosevelt Island Historical Society, encargada de recuperar la historia de esta isla. Fue ella, ayudada de todo el material humano y las fotos que los descendientes de los que aquí vivieron han ido dejando en sus manos, la que me contó su historia. En aquellos escasos 10 minutos, supe que había encontrado una gran historia. O más bien, la historia me había encontrado a mí, como ocurre tan pocas veces.
Los personajes más famosos que pasaron por allí son Mae West y Billie Holiday, pero no fueron las únicas. Háblanos de ellas…
Pasaron muchas y muchos. En el caso de Mae West, es cierto que la isla ya no era un lugar tan tenebroso como en el s.XIX, pero lo grave es por qué fue. En su caso fue una condena ejemplarizante por haber estrenado en Broadway su comedia SEX en la que actuaba, y que además dirigía y escribía. La consideraron inmoral y estamos hablando de bien entrado el s.XX… En el caso de Billie Holiday cumplió allí sus 13 años de edad junto a su madre. Ambas fueron condenadas por prostitución. Se dice que escuchó las primeras grabaciones de Louis Armstrong en la cárcel.
Es curioso que todas sean mujeres…
Por la isla pasaron importantes anarquistas, abortistas, políticos, escritoras, muchas de ellas mujeres, sí. Porque hacía falta muy poco para condenar a una mujer por "inmoral". La otra opción era declararse enferma mental y que te derivaran al manicomio, que era un verdadero infierno. Por eso quise permitirme alguna licencia histórica y juntar entre los muros de la cárcel de mujeres de Blackwell a algunas mujeres cuyas condenas no coincidieron con la estancia de Dickens. Me habría encantado meter en la novela a Billie Holliday, pero ya era poco verosímil…
También eran realidad los malos tratos a los que se enfrentaban los habitantes de la isla…
Y esto es común a muchas islas de exclusión. Esas paredes de agua las hacen menos permeables a la vista de las autoridades, de la prensa, de los ciudadanos que, o bien no llegan a saber nunca en qué "condiciones especiales" están los que en ellas son recluidos o, mientras no lo vean, prefieren no saber ni mirar dentro. Es sorprendente, porque había otras islas en los ríos neoyorquinos con instituciones penitenciarias y de beneficencia, pero en ésta, a la que llamaban solo "la isla" y que está a una distancia tan corta de Manhattan, tanto los presos como los enfermos de los hospitales o el manicomio, o los niños del orfanato, vivían situaciones tremendas y en condiciones infrahumanas en pleno surgimiento del movimiento liberal en que ya se observaban los derechos humanos.
En aquella época ser negro era tan malo como ser pobre, sin embargo aún se hacían distinciones ¿no?
Mi novela se da en dos tiempos, 1842 y 1867, que los diferencia en Norteamérica una frontera importante: son un antes y un después de la Guerra de Secesión y los únicos dos viajes de Dickens a Norteamérica, quien aseguró que no volvería a pisar aquel país hasta que no se aboliera la esclavitud.
Hay un detalle en la novela que, aunque basado en una historia real, lo introduje como un detalle irónico. Hay un momento en el que llega a la isla un condenado con el que no saber qué hacer… porque es azul. Ni blanco ni negro. Es azul y pertenecía a una familia que vivió durante mucho tiempo en las montañas y que luego explotó esta característica exhibiéndose en circos. Padecían una extraña enfermedad llamada argiria, provocada por una ingestión prolongada de plata o sus sales y se transmitía de padres a hijos. Cuando Ugate llega a la isla, en un mundo en blanco y negro que se rige por la segregación racial, provoca un problema administrativo: ¿en qué pabellón debe dormir? ¿En qué banco deberían sentarlo a la hora de comer? ¿Qué trato debería recibir? Resulta que Ugate era de esa pequeña pequeñísima minoría azul. Y para mí, introducirlo en la isla, supuso una herramienta maravillosa para, de forma muy irónica, explicar la segregación racial de la época.
Foto: Isla de Blackwell
Tu novela lleva la palabra leyenda en su título. Las leyendas nacen con bases reales, pero el resto es ficción. Cuando escribías la estancia de Dickens allí, le enamoraste de un personaje ¿Te perdonarán sus descendientes? Jajaja.
Hombre, creo que sale bastante bien parado. Dickens era un romántico empedernido y sus historias sentimentales fueron muchas, algunas han quedado publicadas en su aniversario en forma de cartas. Por lo tanto era más que verosímil.
Aunque es cierto que ese planteamiento y ese pudor me vino a la cabeza un par de veces. Creo que es el mismo conflicto que se plantea entre la vida pública y la privada de un personaje actual. Es como si a Dickens le hubiera sacado una foto robada que se pudiera prestar a muchas interpretaciones. De alguna manera, estos personajes pertenecen al mundo. No obstante, me he asegurado, como bien sabes, de hacer toda una declaración de principios en el arranque de la novela: "lo importante no es si todo lo que aquí narro ocurrió, sino que podría haber ocurrido…"
Los personajes históricos, lo son por haber sido vidas y personalidades excepcionales. Si los escritores no nos atreviéramos a hacerlos nuestros para entender mejor, a través de ellos, su época, nos habríamos perdido, obviamente salvando todas las distancias, obras como "Amadeus" de Peter Shaffer, "Yo Claudio" de Robert Graves, y tantas otras. Creo que el lector que se aproxima a sus páginas debe saber a priori que se trata de una versión que ofrece el escritor de ese personaje, sea Mozart o un César. Al igual que un amigo nos da, al describirnos a alguien que desconocemos, la versión de lo que esa persona es, o cómo la percibe.
Parto de la base de que los seres humanos somos invisibles los unos para los otros. Tú describirías a la Vanessa Montfort que conoces de una forma distinta a como lo haría mi madre, o un lector, o un vecino con el que me cruzo todos los días en el descansillo. Por lo tanto… reivindico aquí, como en casi todos los casos, la libertad total del escritor. Porque escribo ficción. Cuando escribo como periodista mi materia prima es la verdad (que esto daría para otro debate). Cuando escribo como novelista, mi materia prima es lo verosímil. Que no es lo mismo.
Lo cierto es que Dickens es el protagonista, pero no el único. El gigante Tom, el pequeño Tim, Ada, la señorita Lili, Anne, el preso Marley, el ratón, Florita… ¡Yo me he enamorado de todos!
Me alegro mucho de escuchar eso, porque yo también, aunque posiblemente esté mal decirlo, los he disfrutado y querido muchísimo. Y creo que eso, al final, se nota. Intento tratar bien a mis personajes, y cuando digo bien, me refiero a darles su foco cuando me lo piden. Su momento. Para que podamos conocerlos. Para que tengan la oportunidad de mostrarse y de gustarnos, de interesarnos, incluso en su fealdad e imperfección. Para mí, todas mis novelas, por distintas que parezcan, tienen en común ser novelas de personajes. De antihéroes, en la mayoría de los casos, y sin embargo protagonistas de una historia épica, como dice Fernando Marías. Sí, creo que hay que resucitar la épica de los pequeños gestos, de los personajes pequeños…
Hay algún personaje real en la isla, que no es Dickens. Cuéntales a los lectores de quién hablamos...
Hay varios inspirados en personajes reales, pero uno es real, con nombres y apellidos. Se trata de John McCarthy. Me lo encontré documentándome sobre la isla. En la novela es ya el farero de Blackwell's Island. Se me coló dentro porque la historia de cómo llegó a serlo me dejó fascinada. Era un irlandés que fue recluido en la isla al llegar a Nueva York, concretamente en el manicomio. Cuenta el personal del manicomio que un día este paciente, durante sus recreos en el jardín, empezó a construir una especie de muralla defensiva con las piedras sobrantes de la cantera de la isla. O, al menos, eso pensaron sus cuidadores porque el pobre hombre vivía obsesionado con que los ingleses llegarían a Estados Unidos y lo invadirían. A las pocas semanas había construido un faro en el que se recluyó y reclamó esa tierra. Tardaron mucho en conseguir convencerle de que saliera de allí y, cuenta la leyenda, que una noche, McCarthy encendió una fogata en la terraza de su torre que evitó que se estrellara un barco en el estrecho de Hell's Gate, antes de llegar a Manhattan. Desde entonces le dejaron gestionar el faro de la Isla de Blackwell.
Hasta qué punto esta historia es totalmente cierta o no, no podemos saberlo. Pero mi materia prima es la ficción. Así que se convirtió en mi personaje por derecho propio. Eso sí, existe una placa a los pies del faro, cincelada por aquel irlandés, que firma la autoría del faro y que ruega a todo aquel que pase, que rece por su alma...
Lo que sí haces es evocar a personajes reales que están relacionados con Dickens o la isla, como Julio Verne, pero me parece más interesante que les hables a los lectores de Nellie Bly.
Nellie Bly fue, junto al propio Dickens, la única persona que se atrevió a mirar dentro de la tenebrosa Isla de Blackwell cuando a nadie le importaba. Es la madre del periodismo de investigación, fue apadrinada por Joseph Pulitzer en su periódico The New York World y se infiltró en el manicomio de Blackwell haciéndose pasar por demente para poder hablar de primera mano de las condiciones en que las enfermas vivían allí. Cuando salió, publicó en el periódico su "Diez días en un manicomio" y fue un escándalo de tal calibre, que el caso llegó al Gran Jurado y consiguió que las condiciones de los presos en la isla y en instituciones similares, cambiaran para siempre. Tiene en común con Dickens el haber visitado la isla en dos momentos del tiempo distintos, el haber denunciado lo que vio, ambos fueron niños con una infancia muy difícil que tuvieron la fuerza vital y la inteligencia como para reinventarse y que, en gran medida, dedicaron su talento a denunciar la injusticia. No se conocieron pero pensé que les habría gustado. Por eso les hice coincidir en la playa de mi isla.
Volvamos a los personajes, pero a algunos de los ficticios: Me ha parecido muy graciosa la chamana, Florita, con sus chascarrillos en náhuatl ¿quién te enseñó esos 'palabros', tacos incluidos? Jajaja
Este tipo de cosas creo que se las debo a mi "yo periodista". Es increíble a qué territorios puede llevarte la documentación cuando te gusta investigar. En este caso, a buscar por medio mundo un diccionario náhualt-español, que ni siquiera puedo asegurar que sea muy riguroso. Por otro lado, quizás tampoco lo sea el náhualt que habla la chamana Florita….
El grandullón, Tom, negro e ingenuo, me ha recordado a ese otro grandullón de "La milla verde"…
Tom, ese gigante negro que acompaña a los habitantes de la isla de un edificio a otro entre la niebla, es un personaje tremendamente tierno. Uno de mis momento preferidos es cuando habla de su temor a Dios, en ese contexto de la pre-Guerra de Secesión, y su razón última es que "su Dios es blanco". Una de esas veces en que, como autora, escuchas a un personaje hablar, sus razones, y le entiendes.
Ada es un personaje muy divertido…
Ada está inspirada en una dama que conoció Dickens en otro manicomio de Estados Unidos. Habla de ella en su "Notas de América". Tomé al personaje como modelo, le di nombre y una historia. Me imaginé que la dama era de origen alemán (prusiano en este caso), que había perdido la cabeza tras arruinarse su marido durante la primera gran crisis de Wall Street de 1837, y vivía estancada en la Guerra de Independencia contra los ingleses. Cree que el manicomio en el que vive es una gran casa, y las enfermeras y celadores, sus criados. Ofrece a todo el que la visita una humeante taza de té imaginario y se fabrica joyas de papel con las que se arregla. En realidad, creo que construyo personajes que me habría gustado conocer.
Lili es tan etérea que casi parece irreal…
Lili es otra de las enfermas recluidas en el manicomio. Y tiene el difícil papel de hacernos poner un pie en la fantasía. En todas mis novelas siempre hay algún personaje que camina en ese frágil límite entre la realidad y la ficción. Este es el caso. Es una visionaria.
Por cierto, en el doctor Scraugh ¡yo casi podía ver a Nosferatu!
Scraugh, el director del manicomio, es un juego literario, el personaje que según mi teoría sirve a Dickens de inspiración para crear su Mr. Scrooge.
Hemos hablado de la isla y de los personajes, nos queda decir algo de la novela. A mí me ha parecido maravillosa y en la reseña ya me explayo, pero ¿cómo la describirías tú para ese lector indeciso que no está muy seguro de leérsela?
Creo que esta es una novela sobre cómo la imaginación es el motor más poderoso del ser humano cuando todo lo que creíamos sólido y real se desmorona. Por otro lado, es un viaje al s.XIX que nos sirve de espejo para entender el mundo que nos rodea. Puede que yo misma la escribiera por eso: para apoyarme en mi imaginación para salir adelante y para entender lo que nos estaba pasando.
Gracias a tu novela me ha vuelto a picar el gusanillo y necesito leer cuanto caiga en mis manos de Dickens. ¿Te ha pasado a ti algo así con algún libro?
Me ocurrió con la música de Mozart cuando vi Amadeus. Una de las cosas que me han hecho más feliz de este libro es la cantidad de lectores que me han confesado que han vuelto a leer a Dickens o que lo han leído por primera vez tras terminar "La leyenda de la isla sin voz". Ese es mi homenaje.
Muchas gracias por la entrevista, Vanessa. El viaje a la isla ha sido bonito, emocionante y muy sentimental. Un abrazo.
Gracias a ti, de corazón, por esta lectura minuciosa y emocional de esta aventura neoyorquina entre la niebla.