El tiempo recobrado (A la busca del tiempo perdido, VII)
Título: El tiempo recobrado (A la busca del tiempo perdido, VII)
Título Original: (Le Temps retrouvé, 1927)
Autor: Marcel Proust
Editorial:
El Paseo
Colección: El Paseo Central
Copyright:
© 2024, Mauro Armiño (de la traducción, prólogos y notas)
© 2024, El Paseo Editorial (de esta edición)
Edición: 1ª Edición: Noviembre 2024
ISBN: 9788419188144
Tapa: Blanda
Etiquetas: recuerdos clásicos I Guerra Mundial narrativa literatura francesa novela sagas Proust homosexualidad novela psicológica memoria
Nº de páginas: 607
Argumento:
"El tiempo recobrado" es el último de los siete volúmenes que conforman A la busca del tiempo perdido, el ciclo narrativo más importante del siglo XX. A continuación de los acontecimientos relatados en "La fugitiva", en este séptimo tomo asistimos al deterioro físico y emocional de los personajes conocidos en los volúmenes precedentes, tales como Robert de Saint-Loup, Gilberte, los Verdurin y la duquesa de Guermantes, ahora envejecidos y cambiados. El narrador alterna desordenadamente recuerdos de sus regresos a París en 1914 y 1916, junto con otros episodios ocurridos en Tansonville y en una casa de salud, desde donde contempla las consecuencias de la guerra en la sociedad parisina. Tras un último encuentro con el barón de Charlus, convertido en la personificación de la decadencia mundana, el libro se cierra con una fiesta en casa de los Guermantes, donde el protagonista experimenta una serie de epifanías que lo llevan a comprender el propósito de su vida: escribir una obra que capture la esencia del tiempo y la memoria.
En versión de Mauro Armiño, esta edición incorpora al texto un riguroso aparato de notas críticas que añaden novedosas capas de lectura a la tan admirada obra de Marcel Proust.
Opinión:
Darío Luque
La publicación de "El tiempo recobrado", séptimo y último volumen del ciclo "A la busca del tiempo perdido" de Marcel Proust, trae consigo el colofón de una historia que atrapa al lector desde su primer volumen. Si en el libro precedente el narrador enfrentaba la muerte de Albertine y las emociones contradictorias que surgían de su recuerdo, en este último tomo aborda la transformación de los personajes que lo han acompañado hasta este momento, mientras reflexiona sobre el sentido de la vida y el arte. El autor retoma la historia allí donde la había dejado en "La fugitiva", con el matrimonio formado por Gilberte y Robert de Saint-Loup, presentes en la estancia del narrador en Tansonville, donde experimenta las primeras epifanías que lo llevan a reflexionar sobre la naturaleza del tiempo y la memoria; posteriormente, desde una casa de salud donde permanece recluido, recibe cartas de estos personajes, que lo conectan con el mundo exterior. Sin embargo, posiblemente sea este el libro más desordenado de los siete, pues a lo largo de la narración vamos saltando entre diversos años, especialmente a propósito de los sucesivos regresos del narrador a París, donde observa las consecuencias de la Primera Guerra Mundial.
De esta forma se nos ofrecen las sombras y las contradicciones de algunos personajes que habíamos conocido en los libros anteriores; por ejemplo, descubrimos el patriotismo de Saint-Loup, la anglofilia del duque de Guermantes y el entusiasmo de Bloch por la causa nacional. Todo ello contrasta con la figura del barón de Charlus, despreciado por sus antiguos amigos debido a su supuesta germanofilia y por su homosexualidad. Este personaje, como viene siendo habitual, protagoniza uno de los episodios más oscuros de la obra, cuando el narrador descubre su sodomización en el hotel de Jupien, un espacio de perversión y decadencia que subraya el desgaste físico y moral del personaje. La novela culmina con una fiesta en casa de la princesa de Guermantes, en un París que empieza a recuperarse tras la guerra. Allí, el narrador se reencuentra con los personajes que marcaron su juventud, aunque ahora los ve envejecidos y distantes, reflejo del paso del tiempo. Sin embargo, su atención ya no está en ellos, sino en la decisión de escribir su obra, que compara con los grandes relatos de la historia, como "Las Mil y una noches" y las "Memorias" de Saint-Simon.
Dicho esto, la edición de "El tiempo recobrado" que nos ofrece Mauro Armiño merece un reconocimiento especial por el esmero en su traducción revisada, que logra preservar la complejidad y la sutileza estilística de la prosa de Proust. Este volumen, además, se enriquece con paratextos imprescindibles que facilitan la navegación por la obra: un índice de personajes, un índice de lugares y un índice de obras artísticas y literarias. Estos elementos no solo orientan al lector en la densa trama de "En busca del tiempo perdido" (junto a las guías incluidas en los volúmenes precedentes), sino que subrayan la dimensión enciclopédica de esta novela, haciendo de esta edición una herramienta valiosa tanto para quienes se adentran por primera vez en el universo proustiano como para los lectores que deseen revisitarlo con mayor profundidad.
*Publicado por El Paseo Editorial.
Darío Luque
Lidia Casado
Proust cierra su heptalogía mediante una voltereta que le lleva al principio, al primer libro, recobrando el tiempo que se ha escapado entre los recovecos de la memoria. Antes de eso, y mediante la primera referencia temporal explícita de todo el texto, nos situará en París, entre 1914 y 1916, para contarnos cómo se vive en una ciudad en guerra. El último tomo de En busca del tiempo perdido puede, pues, dividirse claramente en dos partes, no marcadas, sin embargo, en la obra: la descripción y el análisis de la vivencia bélica y sus consecuencias y la recuperación del tiempo perdido, fijado a través del arte, en este caso, de la literatura. Aun así, es notablemente diferente el tono, el contenido y el análisis del protagonista, aunque sí es cierto que una cierta melancolía impregna todo el volumen, dándole unidad.
Marcel trata de mostrar cómo es el día a día en una ciudad en guerra a través de unos personajes que intentan mantener sus costumbres, celebraciones, reuniones y festejos a salvo de las bombas. Sin embargo, la sombra y el sonido de los aviones sobrevolando el cielo parisino se mantienen a lo largo de esta primera parte, como una amenaza constantemente presente.
El protagonista analiza cómo afecta la guerra a París, tanto a la ciudad en sí, como a todos sus habitantes, marcando claramente las diferencias entre quienes intentan seguir viviendo en su ajena frivolidad y quienes arriesgan las vidas propias o de sus familiares en ella. El análisis afecta a todos los planos que se pueden ver alterados por una guerra: la política, la convivencia, la ideología, la psicología, la identidad de un país, el odio hacia el enemigo, la traición de quien se siente próximo a ese enemigo, la picaresca para librarse de acudir al frente, la amenaza constante de la muerte y la desaparición de personas queridas.
Si la degradación en lo político, lo ideológico o en las relaciones internacionales conduce a la guerra, en lo personal, lleva a la depravación, a la humillación y a la violencia voluntaria. Así, Marcel descubrirá en este último tomo la degradación absoluta de monsieur de Charlus, a quien ya había juzgado en volúmenes anteriores por su homosexualidad. Ahora, le sorprenderá practicando el sadomasoquismo y, deteriorado físicamente hasta la ceguera, a punto de abusar de un niño de diez años.
Sin marcarlo de una manera especial (ni en capítulos diferentes, ni dividiendo el libro en una segunda parte, ni nada por el estilo), Proust deja en blanco un extensísimo periodo de tiempo para situar a su protagonista en el mismo espacio pero en diferente época, lo que le permitirá reflexionar sobre el paso de los años y el efecto que este transcurrir tiene tanto en las personas como en los recuerdos.
Durante este intervalo de tiempo, Marcel ha estado internado en un sanatorio por problemas de salud. A pesar de poder regresar a París, su salud seguirá debilitada, lo que le hará tomar conciencia de la cercanía de la muerte.
El regreso a París, el encuentro con la gente con la que compartió infancia y juventud, el latigazo que le produce el recuerdo de momentos felices y la nueva experimentación de aquellas sensaciones del pasado se convierten en un auténtico acicate para Marcel, quien retomará, esta vez con éxito, la composición de esa gran obra literaria que lleva proyectando desde su niñez y que la pereza y su facilidad para posponer su inicio (fruto de esa sensación de que el tiempo es infinito y de que siempre habrá un mañana que dedicar a hacer cosas productivas) han ido retrasando hasta este momento.
Comenzará entonces una lucha contra el tiempo, contra la cercana muerte, para escribir su obra y una obsesión por tratar de recuperar el tiempo perdido, la memoria ausente, y perpetuarla a través del arte.
La escritura de la novela permite a Proust reflexionar sobre la composición artística en general y literaria en particular, en unas páginas metaliterarias en las que expone el que podría ser su método personal de creación y su concepción de la labor del escritor.
Marcel nos ofrece una visita guiada por las vidas de los personajes que ya conocemos, viéndolos a través del prisma del tiempo, comprobando cómo han cambiado, si se han cumplido sus ambiciones, si han fracasado en sus empeños, cómo el paso de los años los ha transformado física y moralmente, permitiéndonos comprobar su evolución; una evolución que en ocasiones marca un auténtico choque entre pasado y presente, confirmando que el tiempo cambia a las personas pero no al recuerdo que tenemos de ellas.
El análisis de las personas también incluye referencias a la evolución de la sociedad durante aquellos años y refleja los cambios que se produjeron en la primera mitad del siglo XX en un país como en Francia y cómo la burguesía se ha hecho un hueco definitivo en los dominios de una aristocracia venida a menos. Buena prueba de ello será madame Verdurin, convertida en princesa de Guermantes gracias a su tercer matrimonio.
El protagonismo que vuelven a tomar los ambientes, situaciones y personajes del primer libro y los recuerdos que de ellos tiene Marcel proporciona una estructura circular a la heptalogía, que acaba donde empezó, aunque con las vivencias de 20 años de trayectoria personal, histórica y social entre ambos momentos. Proust logra así recobrar el tiempo perdido, el que ha estado tratando de aprehender durante toda la saga y cierra así de forma magistral no sólo la vida de su Marcel sino el conjunto de su obra. Una obra exigente para el lector pero de la que, si se paladea, se disfruta cada palabra. Una obra capaz de sembrar un buen puñado de reflexiones en la mente del lector, ideas que irán cultivándose a lo largo del tiempo y que florecerán en su interior, enriqueciendo su propia manera de percibir el mundo y, sobre todo, de entender los mecanismos de la memoria.
Lidia Casado
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Comentario de los lectores:
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