El saco de Tesalónica

Opinión:

La lectura de este relato me transporta a la manida idea aquella de no repetir los momentos más crueles e insoportables de nuestra historia, una vez somos testigos presenciales o no de sus desenlaces, por simple humanidad, o porque a estas alturas se nos presupone cierta inteligencia basada en el método heurístico del formato ensayo error, que bien debe de funcionar en otro tipo de animales. A pesar de este atrevimiento filosófico, nadie dijo que nuestra civilización remediaría los males que provocan esas circunstancias, entre los que la codicia, el ansia de poder o el económico nos muestra incapaces de recapacitar o mostrar cierta empatía hacia la vulnerabilidad de los débiles. Las secuelas son soportadas una y otra vez por el pueblo llano, muestra de ello la tenemos en el siglo XXI. La historia se repite en otros contextos y paisajes, pero no somos los humanos, personajes que avancen en lo moral o ético más que en lo tecnológico.

El relato en primera persona del clérigo Juan Cameniata nos da una idea bastante aproximada de la dureza de condiciones de una época, y si bien solemos mirar hacia el pasado creyendo que lo mejor estaba por venir, en este caso debemos hacer un análisis basado en la experiencia de estos últimos años: crisis, guerras que envían a cientos de miles de hombres y mujeres hacia un limbo existencial, muertes en ese mismo mar Mediterráneo que provocan la indiferencia de unos y el desasosiego de otros.

Siendo un testimonio directo de cómo se planea una guerra, el asalto y posterior derribo de la defensa humana de la ciudad de Tesalónica, teniendo en cuenta que los avances tecnológicos no han dado aún más que con rudimentarias armas basadas en catapultas, lanzas, flechas que arrojan combustible ardiendo, en el mejor de los casos, nos da una idea de lo tremendo que podía resultar el cuerpo a cuerpo y lo arduo de ocultarse en esas condiciones.

Supone una fuente fiable para conocer de la mano de su autor, a modo autobiográfico, las costumbres, los paisajes terroríficos en que se desenvuelve y los hechos históricos de una época en la que los cautiverios son habituales y el bárbaro no tiene miramientos a la hora de conquistar un territorio.

Si  bien en el siglo X el bárbaro tenía un origen claro y el enemigo tenía nombre, apellidos y junto a estos una religión a la que abatir, tendremos que buscar hoy salidas nuevas para los convulsos momentos que vivimos, ya que los documentos de identidad no son sinónimo de evidencia, a no ser que prefiramos guiarnos por los prejuicios.

M. Antón