El ojo castaño de nuestro amor

Opinión:

Reunidos en veinte capítulos, Mircea Cartarescu compone un puzle vital biográfico, confesando secretos y desvelando claves de su literatura. El primero de todos, titulado «Ada-Kaleh, Ada-Kaleh...» describe de una manera poética y sumamente bella la desparición de esta isla situada en medio del Danubio tras la construcción de una gigantesca presa hidráulica, y cómo, desde la infancia, esta isla permaneció en el imaginario de Cartarescu, sin haber llegado nunca a conocerla en vida, tan solo sumergida y sobre un bote remado por un lugareño. Este primer capítulo nos sirve para tomar el pulso del libro, donde veremos heterogéneos textos, que van desde sus recuerdos en la mili, su obsesión por comprarse y vestir unos vaqueros, la "drogadicción" que padeció con el café Nes, así como el recuerdo de cuentos que le contaron desde su infancia. 

Destaca sobre todos el capítulo que da título al libro, «El ojo castaño de nuestro amor» tal vez sea una de las más sinceras, poéticas y desgarradoras confesiones de un escritor que llora la muerte, ya asumida, pero siempre sospecha de desparición o rapto de su hermano gemelo, de la relación que mantuvieron los dos con su madre y cómo la desaparición de éste supuso una pequeña muerte de la que no ha terminado de recuperarse más de cuatro décadas después. 

En general, hay ciertos temas recurrentes que de una manera u otra aparecen en la mayoría de sus textos, como la conciencia de creerse un intelectual, en un momento en que esa palabra es tan denostada, unido a una defensa a ultranza de la literatura, de la poesía y de la inteligencia crítica. De ahí viajamos hacia una profunda reflexión sobre el sentido de pertenencia a Rumanía y el nacionalismo eslavo, declarándose Cartarescu, antes que nada, un europeo nacido en Rumanía, siendo en el capítulo «Europa tiene la forma de mi cerebro» el más representativo al respecto.

Mircea Cartarescu se reconoce como un autor melancólico y apesadumbrado por el trauma que supuso para su país la etapa comunista, pero terriblemente decepcionado con el capitalismo que se impuso en la década de los noventa. Incapaz de reconocer a la actual Unión Europea, recurre a la literatura de Polonia, Inglaterra, Rumanía, España, Alemania o Austria y a sus más grandes escritores y pensadores paneuropeos en pos de una defensa de los valores que nos definen como continente y cultura sin igual. 

Hasta la peor de las líneas que escribe Cartarescu es infinitamente superior a la de la mayoría de la literatura que hoy se publica; superior por lo sincera, descarnada, real y trascendental que resulta.

Antonio Sanz Egea