El mundo se acaba todos los días

Opinión:

Comienzo la lectura de "El mundo se acaba todos los días" con la certeza de que su autor es garantía de calidad. Tranquila pues, pero expectante, porque además en esta novela hay tintes autobiográficos del pasado de Fernando Marías, de su noviazgo de juventud con el alcohol y he de reconocer que si un lector es casi siempre un voyeur, lo es más cuando reconoce leyendo aspectos personales de los autores que le deleitan.
 
Me sedujeron la primeras palabras de la novela, el título del primer capítulo: "Tu nombre en mi silencio", pensé: "¡¡Bien!! Poético, misterioso..." y me embarco a leer una tremenda historia de amor que aparentemente va a narrarse en línea recta y en clave intimista.  La intriga surge enseguida y mi ingenuidad pensando que será un viaje desde el pasado al futuro que en realidad es el presente del protagonista. Pero no, no, no... y Fernando Marías ya me ha atrapado en su tela de araña, me ha metido en su laberinto con una narración contundente, con una trama fragmentada que, al recorrerla, obliga a buscar el punto de partida, a tomar perspectiva de esta historia narrada en primera persona, casi siempre, en boca de Miguel: el famoso dibujante de comics que se enamoró años atrás de la prestigiosa y archiconocida presentadora de TV., Amparo. Soporte de su vida a través de los recuerdos y desamparo al mismo tiempo.

A estas alturas el corazón no miente, el tono narrativo va in crescendo y los acontecimientos me van sacando de la realidad, tal vez al mismo tiempo que al protagonista, y no sé qué pasa con certeza, no sé quién es Miguel Ariza, no sé dónde está.

"Los recuerdos traicionan"... y el alcohol distorsiona y crea monstruos descarnados y tiernos como Miguel, como "Nocturno", como Amparo. El comic y la TV aparecen como telones de fondo, y Madrid como escenario y una estación, su andén y ese tren que se coge a tiempo o se deja marchar  y que tal vez es la probabilidad de que aparezca una segunda casualidad.

Sigo abducida, confundida en ocasiones, y ávida por encontrar el recorrido correcto en este intrigante laberinto mientras que en él me empapan reflexiones que hablan de la personalidad de Miguel, unas veces Jekill otras Hyde y que son semilla  y poso de ternura, de corazón, de terror. La soledad crece desmedida y entonces  aparece la honestidad de Miguel consigo mismo, y los recuerdos son certeros y reconstruyen la historia hacia el final de la novela. Miguel frente a su espejo, sus dos yo enfrentados y concluyendo que el mundo se acaba todos los días, y que el clavo ardiendo que servía de soporte se hizo tibio.

Termino su lectura, de un tirón, sedienta. La irrealidad no termina de irse de la novela, ni los efectos devastadores del alcohol (magníficamente descritos por el autor) ni la certeza de que Fernando Marías ha vuelto a demostrar su calidad narrando y de que quita la sed de los que buscamos historias de verdad: literatura.
 
Fermina Daza