el mundo de guermantes
Título: el mundo de guermantes
Título Original: (à la recherche du temps perdu, 3. le côté de guermantes, 1921-1922)
Autor: Marcel Proust
Editorial:
Alianza
Copyright: © Alianza Editorial, S.A., 2011
Traducción de Pedro Salinas
1ª Edición Bolsillo, 1966
3ª Edición, 2011
ISBN: No definido
Etiquetas:
autores
ciclo
clásicos
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franceses
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Argumento:
Las relaciones de la alta sociedad de comienzos del siglo XX sirven de telón de fondo a este tercer volumen de En busca del tiempo perdido. La obsesión del protagonista por los Guermantes culminará ahora con la descripción de los numerosos encuentros que mantendrá con ellos. Un familia, que sin embargo, no es tal y como él creía, lo que tirará por tierra buena parte de su concepción de la aristocracia europea.
Opinión:
Si el primer volumen hablaba de los últimos momentos de su infancia y el comienzo de su adolescencia (con gran protagonismo de la historia de Swann) y el segundo profundizaba en esa adolescencia y en los sentimientos que en ella afloran, este tercer volumen nos presenta a un joven protagonista inmerso en la ajetreada vida social de la aristocracia francesa. Un desfile de reuniones, visitas, fiestas, veladas y cenas discurre por las numerosísimas páginas de este tomo (es el más voluminoso de la heptalogía, y lo era aún más, ya que la primera parte del tomo siguiente estaba, en la primera edición, integrada en éste), mostrando al narrador en un ambiente en el que se mueve cada vez con más soltura.
De hecho, la independencia del protagonista es el gran tema que subyace en esta tercera entrega: acude a los festejos de la alta sociedad ya sin el permiso ni las recomendaciones de unos padres que, además, aparecen bien poco en ella (al contrario de lo que ocurría en la primera, en la que la presencia de la madre era lo único que lograba tranquilizarle a la hora de dormir). Ahora, sigue teniendo problemas para conciliar el sueño en ambientes nuevos, pero es capaz de solucionarlos por sí mismo y ya no constituyen una de sus principales obsesiones (aunque el hecho de seguir ahí, ya dice mucho de ellas). La independencia que le va dando la madurez se consolida con una gran tragedia familiar: la muerte de su abuela, personaje importantísimo tanto para el protagonista como para su madre. La enfermedad de la abuela abre el primer capítulo de la segunda de las partes en las que está dividida la obra y, cerrando el círculo, el ciclo de la vida, esta segunda parte concluye con el anuncio de otra muerte que presumimos importante: la del propio Swann, quien sólo es mencionado en contadas ocasiones a lo largo del relato pero que reaparece en las páginas finales, casi a modo de epílogo.
Si la madre es la figura familiar femenina en la que se centra el protagonismo en el primer tomo y la abuela lo es en el segundo, en este tercero ese lugar es ocupado por Francisca, la criada que su familia heredó en la primera entrega, tras la muerte de su tía Leoncia. Sin embargo, el protagonista se sentirá traicionado por ella por algo que se anuncia pero que (según promete) se desarrollará en entregas posteriores.
Buena parte de las páginas en las que está presente Francisca las dedica el autor a reflexionar sobre el lenguaje. Y que ésta es, precisamente, una de las constantes de esta tercera entrega: en ella hay una constante presencia de la lengua. Una presencia que se constata a través de dos vías: la propia reflexión del protagonista sobre la forma de hablar de las diferentes clases sociales y un uso más poético del lenguaje por parte del propio autor.
Respecto a la primera, son numerosísimas las ocasiones en las que el protagonista se fija en el estilo lingüístico de las personas con las que se va cruzando y es curioso observar hasta qué punto refleja cómo es cada uno. Así, analiza el lenguaje de los sirvientes (con sus innumerables incorrecciones), el de los burgueses y, sobre todo, el de la aristocracia. Respecto a este último colectivo, el protagonista constata cómo utilizan el habla, en muchísimos casos, para aparentar lo que no son. Así, varios miembros de la familia Guermantes imitan la forma de expresión de los campesinos, empeñados en mostrar una modestia que distan mucho de sentir en el fondo. O, todo lo contrario, utilizan un registro casi anticuado en algunas ocasiones para simular más categoría (moral, intelectual o ideológica) de la que realmente tienen. El lenguaje cambia según la clase social, el lugar, las personas de las que se acompaña uno, la edad, los sentimientos… y así queda reflejado en la obra. La obsesión por hacer un retrato social a través del lenguaje que utilizan alcanza tal extremo que el autor llega a utilizar onomatopeyas, guiones y otros recursos gráficos para tratar de transmitir el modo exacto en el que suenan las expresiones que recoge por escrito: dubitaciones, acentos, palabras enfatizadas... Casi podemos oírlas, si las leemos con detenimiento, lo que enriquece da manera extraordinaria la expresión de una obra ya de por sí extraordinariamente rica.
Dentro de este análisis continuo del lenguaje, hay infinidad de referencias a las dobleces de la lengua: el uso de la ironía, las dobles intenciones y juegos de ingenio que encandilan al personaje de Oriana de Guermantes (central en esta obra), como los retruécanos con los que hace (o cree hacer) gala de su ingenio (siendo ésta la cualidad más valorada por la duquesa).
La segunda vía en la que se muestra esta preocupación por el lenguaje es, como decíamos, un uso aún más poético de la propia expresión utilizada por el autor. El estilo de este tercer volumen conserva muchas de las características de los dos anteriores (periodos larguísimos, subordinaciones, enumeraciones, digresiones, párrafos interminables… hasta el diálogo aparece entrecomillado e integrado en esos larguísimos párrafos en vez de aligerar la prosa mediante guiones, por ejemplo) pero añade una mayor preocupación por la forma y una búsqueda de la belleza a través de la palabra, de la expresión más adecuada, del uso de metáforas y comparaciones tremendamente poéticas y sensoriales.
En esta búsqueda de la poeticidad, Proust reflexiona sobre la relación entre fondo y forma, entre significante y significado. Así, por ejemplo, expone en varias ocasiones una curiosa teoría sobre la relación intrínseca que existe entre las personas y sus nombres, entre sus fisonomías y sus apellidos.
Unos apellidos que tienen una importancia vital dentro del mundo en el que se mueve el protagonista. Un mundo con unas rígidas normas y protocolos que hay que cumplir, a pesar de que la importancia de algunos de sus miembros les permita violarlas, aunque no sin consecuencias sociales.
El estilo de vida de la aristocracia, con sus mil años de feudalismo corriéndoles por las venas, como dice uno de los personajes de la obra, queda perfecta y minuciosamente retratado en ella. Sin embargo, lo que en un principio (y también en volúmenes anteriores) es expectación, admiración o, incluso, enamoramiento en la primera parte de esta entrega, se trasmuta, al final de la segunda parte, en decepción. Proust describe casi casi zoológicamente el comportamiento social de los Guermantes, dejando al descubierto sus imperfecciones, sus flaquezas, sus falsedades, sus ridiculeces… Hasta tal punto que al final, el retrato social se convierte en una representación grotesca casi teatral, con los duques de Guermantes presentados con todo su egoísmo, su maldad, su hipocresía. Hasta las muchachas en flor del segundo volumen se convierten aquí en mujeres florero, en damiselas que se desviven por agradar a un protagonista que las desprecia.
El caso Dreyfuss y el antisemitismo, cada vez más asentado en la sociedad reflejada, cobran mayor importancia que en volúmenes anteriores, con constantes referencias al suceso real y a sus implicaciones y consecuencias para los sectores sociales retratados en la obra.
Actualidades políticas e ideológicas al margen, Proust vuelve a mostrar su maestría en el uso del lenguaje y en la creación y descripción de ambientes reales, a través de los que es capaz de consumar una profunda y aguda crítica social.
Lidia Casado
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