El fin del fin de la tierra

Opinión:

Desde hace tiempo creo que escribir es desnudarse. Que los que escriben acaban poniendo sobre el papel toda su ideología, su forma de ver la vida y hasta sus emociones. De hecho, cuando lees varios libros de un mismo autor, si rascas un poco en lo que cuenta en cada una de sus novelas, puedes acabar descubriendo cuáles son sus obsesiones, sus preocupaciones y hasta sus fantasmas.

Por eso me atrajo tanto este libro desde lo que vi: porque en él aparece el Jonathan Franzen persona, con los temas que le preocupan, su ideología, expresando la opinión que le merece el mundo actual y con sus críticas hacia la política que está haciendo su país. Un Franzen directo, sin disfraces, sin la medicación de un narrador o unos personajes, que se expone tal cual es y que nos habla de episodios de su propia vida, de sus parejas, sus amigos y, lo que me parece más interesante, de sus ideas.

Claro que toda esta información puede resultar incluso molesta para algunos de sus lectores porque, como dijo otra gran autora, en este caso de literatura infantil, Christine Nöstlinger, vivimos en los tiempos del logaritmo que solo reafirma nuestras propias posiciones, de las noticias de Google que solo nos muestran lo que ya hemos buscado previamente, de la consolidación de nuestro propio pensamiento, en vez de la confrontación (y del enriquecimiento que surge de ella) con el de los demás.

Franzen se expone en estos artículos. Se muestra poco complaciente con el poder y, si me apuras, hasta con la gran masa de ciudadanos que no da la cara por lo que cree o que adopta una posición pasiva frente a todas las amenazas e injusticias de nuestro mundo actual. En mundo en el que buscamos likes por encima de cualquier cosa (con lo que conlleva de apoyar el punto de vista mayoritario) y en el que percibimos como demasiado lejano todo lo que tiene que ver con el cuidado del medio ambiente (si no me va a afectar a mí ahora mismo, si todos los anuncios apocalípticos demoran las consecuencias, por ejemplo, del calentamiento global, a dentro de cincuenta o cien años… ¿para qué me voy a preocupar yo ahora? ¿Cómo voy a poner yo en peligro la comodidad de mi vida, mi estado del bienestar, por algo que puede ocurrir a tan largo plazo?), las opiniones de Franzen saltan como las gotas de agua sobre el aceite hirviendo.

Y, precisamente eso, es lo que más me ha gustado de este libro: el autor no se muerde la lengua y dice exactamente lo que piensa, aunque sepa que va a levantar ampollas. Sobre todo en lo que se refiere a política, a redes sociales y, sobre todo, a la protección del medio ambiente, tema estrella de los artículos aquí recogidos. Con pasión y vehemencia, defiende sus puntos de vista, sin medir los réditos que, en forma de pérdida o ganancia de lectores, pudiera tener tal ímpetu. Da la sensación, pues, de encontrarnos frente al Jonathan Franzen más auténtico, más personal, más desnudo que nunca.

He llenado el libro de subrayados y anotaciones porque muchas de las cosas que defiende el autor me han hecho reflexionar y, hasta a veces, cambiar mi propio punto de vista. Creo que la pasión con la que defiende sus ideas tiene mucho que ver pero, también, la fuerza y la verosimilitud de sus argumentos. Toda una invitación, pues, a mirar nuestro propio mundo desde una óptica nueva y a dejar que esa nueva mirada dialogue con nuestra manera de ver las cosas. Espero que a estas alturas del siglo XXI eso no sea una actitud solo apta para valientes.

Lidia Casado