el dia de hoy

Opinión:

Cada uno de los capítulos de la historia están introducidos por la hora en la que sucede la acción, trasmitiendo aún más la sensación del transcurso lento de las horas, de la anodina y monótona existencia del protagonista de la historia.

El paisaje tiene gran importancia; Madrid en este caso: las calles por la que pasea, los barrios que visita, las casas, las tiendas a las que acude. Todo ello descrito con escrupulosa minuciosidad y con un cuidado sentido de lo poético, aportando belleza al texto pero también dotándolo de una incómoda – al menos para mí así lo fue – densidad y una sensación de lentitud que se convirtió en un duro handicap que superar.

Para entender al personaje protagonista resulta bastante esclarecedora la conversación que mantiene con su hijo Goro cuando éste le plantea la teoría de que las piedras también son seres vivos. El padre le explica que “las piedras no pueden adaptarse a los que les pasa y sin embargo los seres vivos son los que hacen algo con los que le pasa, son adaptables”. A esta afirmación su hijo contraataca argumentando que “entonces hay personas que son como piedras” y ante esto el padre no puede más que darle la razón, principalmente porque su problema precisamente es ese: no es capaz de adaptarse a sus problemas, a las cargas que le pesan como una losa sobre la espalda de una educación en un colegio religioso, a un proceso de separacion matrimonial que no termina de digerir del todo bien, nada bien, a su falta de expectativas laborales... Todos los días se levanta con la esperanza de que todo eso va a cambiar pero finalmente sólo se queda un sueño cotidiano.

El personaje vive en una continua angustia vital en la que se pregunta sobre qué es más doloroso, seguir poniendo agua al perro aunque no haya perro o darse cuenta todas las veces de que no hay perro para evitar poner el agua. Se responde a sí mismo que es mejor seguir poniendo el agua, ciegamente, seguir acariciando al perro, ciegamente, sacarlo ciegamente a pasear, tanto si está como si no. Semejante respuesta nos da más pistas acerca del momento personal de desánimo, de monotonía que vive el sujeto.

Finalmente, todo culmina en la descripción de un sueño con el que al parecer sueña cada noche en el que todos sus traumas y conflictos personales quedan resueltos en una suerte de alegoría utópica, el mejor momento de la novela y en la que Gándara pone al descubierto todas sus cualidades como narrador, que son muchas y muy potentes y que confluyen básicamente en un personal sentido de la poética y una enorme personalidad como narrador, con un mundo propio en el cual te tiene que apetecer entrar, debes estar dispuesto a participar.

Joseph B Macgregor