El convector Toynbee

Opinión:

Ray Bradbury es, por derecho propio, el poeta de la ciencia ficción. ¿Por qué?  muy sencillo... por libros como el "Convector Toynbee". Ahora bien, entendiendo que no llega a alcanzar las cotas inalcanzables de sus más grandes colecciones de relatos, Crónicas marcianas, El hombre ilustrado, Las doradas manzanas del sol, etc... pero sí podemos asegurar que estamos ante una muestra del gran talento de Bradbury para crear belleza desde la extrañeza.

Bradbury siempre tuvo un talento sobrenatural para dotar a lo extraño y lo singular con el barniz de lo corriente, de lo cotidiano. También lograba ese efecto a la inversa, lo común y silvestre podía transformarse muy imperceptiblemente en algo fuera de toda lógica. Nunca esas intrusiones se han sentido forzadas en sus relatos, resultan más bien orgánicas, como cualquier otro aspecto de la realidad, allí radica el genio de Bradbury, que nos puede contar lo que quiera y todo será factible en nuestro cerebro, cada pieza que el disponga se insertará en el lugar adecuado y nosotros caeremos sumisos en la trampa.

"El convector Toynbee" es un legado en forma de artilugio, uno que sirve para impulsar a la humanidad a dar el paso definitivo para alcanzar la utopía definitiva. La clave es una ficción muy bien documentada que en realidad es un engaño. Esa es posiblemente una de las claves de la obra Bradburyana, la infinita capacidad del autor para crear redes de engaño en las cuales el lector se ve irremediablemente atrapado. ¿Cuál es el fin de estos engaños? simplemente el de prepararnos para los viajes inconcebibles que él nos tiene dispuestos. Con maestría consumada, ejecuta su puesta en escena y cuando considera que estamos en el centro de la trampa, ejecuta su magia y somos llevados a donde sea que quiera llevarnos.

Sus artes para convencer al lector son, sin embargo, nobles, un uso preciosista del lenguaje sin caer ni en florituras innecesarias ni en afectaciones desagradables, una coreografía teatral donde los personajes se mueven casi siempre en una envolvente melancolía que les confiere una descarnada humanidad. Sus personajes flotan en un inhóspito mar oscuro donde parecen estar a la deriva, pero no, a diferencia de su adorado Clark Ashon Smith, de quien Bradbury tomó mucho en esencia, siempre nos deja espacio para la esperanza y la redención, ese es posiblemente su gran legado... la luz al final del túnel.

Veintitrés relatos en casi trescientas páginas. La magia está por doquier, los fantasmas de Bradbury no arrastran cadenas, viajan en tren y llevan a cuestas su dolor y la nostalgia de una piel que vistieron antaño, o fantasmas de carne y hueso, como el aviador que es poco menos que una alma en pena que tiene la marca maldita de los gritos agónicos de aquellos soldados a quienes abatió en la guerra, o el alienígena que busca los sonidos dejados como muestra de que la humanidad supo crear belleza (la música), y su necesidad de compañía, que lo llevará a vaya a saber qué trágicas consecuencias. Sabremos de un hombre que, regresando al que fue su hogar de niño, se encuentra con aquello que le causó temor a la oscuridad. Leeremos una tierna historia de amor, otro relato con una momia de protagonista. Viajaremos en el tiempo, temblaremos ante el terror y lo sobrenatural. Conoceremos la historia del escotillón de una casa embrujada... eso hay aquí, magia, poesía y fantasmas.

Pasen y vean, señoras y señores, el maravilloso teatro de Ray Bradbury.

Violeta Lila