Cuadernos. Volumen III

Opinión:

Leer a Lichtenberg que el cristal es aire congelado, o que la superficie más entretenida que hay en el mundo es la del rostro humano, mientras pensamos en el dominio absoluto de los espacios y tiempos contemporáneos en forma de dispositivos electrónicos con superficies de cristal empeñados en obligarnos a asomarnos al mundo a través suya, o incluso de permitirnos el acceso a este a través del reconocimiento de nuestros rasgos faciales, es un par de ejemplos, de los muchos posibles a encontrar en estos cuadernos, de la implacable provocación de un pensador que gozosamente nos invita a cuestionar todo y de paso imaginar otros mundos posibles. Incluso, tal y como nos cuenta, en una jugosa anticipación de estos tiempos tan proclives a la adoración muscular y a los adornos sobre el cuerpo, que hay cerebros en los que no hay más que sus cuerpos reproducidos en pequeño, es decir, que no piensan más que en su figura.

Lichtenberg, además de invitarnos a su exclusivo club de gentes predispuestas a pensar y además con una media sonrisa, cuando no a resueltas carcajadas, nos deleita con perlas como las mencionadas que nos hace detenernos unos instantes para intentar atrapar el alcance su mirada.

Su ironía, iconoclastia, elegante distancia, furiosa militancia por la humanidad, nos hacen más felices y sabios, incluso aunque nos advierta contra sí mismo cuando argumenta que la metáfora es mucho más inteligente que su autor. Él propone que hay que iluminar con la luz de la verdad sin quemarle las barbas a uno, y que debería servir de advertencia no publicar nada más en el futuro sin leérselo antes a la cocinera, porque si un mono llega a conseguir un tintero, normalmente lo vierte sobre cosas blancas, grabados, mapas y similares…

La mejor lección de Lichtenberg es que todo se puede cuestionar, denunciar, someter a escrutinio e incluso servir de suave escarnio, porque no hay obra humana que no pueda sujetarse a estas posibilidades del pensamiento. Un provocador elegante, inteligente, lúcido, que nos recuerda que vivimos rodeados de personajes como aquel asno que portaba sobre su lomo una imagen de Isis, y cuando el pueblo veneraba la imagen él creía que le hacían ese honor a él.

Pero ya basta, lo mejor es leerlo, disfrutarlo, hagamos caso a su consejo cuando advierte que la línea recta no es la mejor para la línea impresa cuando algo se alarga. Sin duda, hay que gratificarse con el meritorio esfuerzo de Hermida Editores por publicar todos los cuadernos de este increíble y lamentablemente poco conocido personaje. Compren el libro y disfruten.

Jorge Riet