carne de mi carne

Opinión:

Sería muy fácil para mí poner en esta reseña el prólogo que escribí con ocasión de la publicación de estos relatos, y así invitaros de una manera formal a leer estas historias que José María ha reunido para enseñar cuál es su manera de entender el terror. Y dentro de las diferentes categorías o subgéneros en que el arte de causar miedo puede desdoblarse, una de las que siempre causa pavor, que siempre, desde el albor de los tiempos ha estado presente, el Mal, en su forma primigenia.
 
En todos y en cada uno de ellos, este Mal está presente, pero no siempre visible. Se toca, se percibe, nosotros como lectores intuimos que tras cada línea acecha al protagonista algo que se sale de lo normal, que de un momento a otro va a causarle daño, algo así como cuando asistimos a una representación de títeres y vemos que van a golpear al protagonista y un coro de niños grita “Detrás, detrás, detrás”. Eso mismo querríamos hacer con sus personajes, avisarlos, hacerles una señal para que estén avisados, pero es inútil. Ese Mal también está dentro de nosotros y lo que hacemos es continuar leyendo, sí, con los pelos erizados, pero curiosos para saber qué les va a pasar realmente.
 
Lo que sí he notado desde el primer relato que tuve oportunidad de leerle, es que José María es un perfecto arquitecto de las atmósferas que rodean a sus personajes. Si describe una escena con niebla, estás seguro de que esconde algo maligno, si describe un buque en proceso de construcción, sabes que ese barco no esconde algo bueno, y eso lo consigue con sus descripciones. Y sobre ellas va colocando y moviendo los peones, que no son otros que los sufridos personajes, y como se suele tener empatía con ellos, mientras lees estás sufriendo al igual que ellos, eso sí, tú estás avisado de que estás ante un relato de terror, así que sabes que algo va a pasar, y sin embargo continuas hacia delante.
 
Los seis relatos que componen esta primera ventana a la escritura de Tamparillas son un buen ejemplo de lo que en el párrafo anterior describo. Por supuesto, a unos lectores les gustará más uno que otro, o aquel de más allá. A mí todos me han aportado alguna propuesta, ciertas partes a tener en cuenta, pero como sabe el autor por mis comentarios cuando los leí para escribir el prólogo, mis preferidos son Mientras llueve en la ciudady La necesidad del dolor. Y señalo que este último está perfectamente colocado en esa parte final como demostración del horror que puede causar un autor con pocas palabras, siempre y cuando sepa hacerlo. Como es el caso.
 
A buen seguro que habrá más publicaciones suyas, y que uno seguirá pasando miedo con ellas, aunque también soy participe de su querencia por el género negro y no estaría nada mal trasladar esas atmósferas de un género a otro. Allí estaremos para comprobarlo.
 
Fernando Martínez Gimeno