Barbecho

Opinión:

Emilio es un anciano. Toda su vida ha vivido en el campo, en un pequeño pueblo de Teruel. Como sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos y todos sus ancestros. Ahora es el último habitante, un perfecto representante de lo que se ha dado en llamar la España vacía.

Sigue sus rutinas diarias, y pasea por sus calles hasta que, tan sorprendido que se le escapa el bastón, se planta ante una casa que ha desaparecido como el resto de lugareños. Emilio recuerda su vida en tonos grises como si se tratara del NO-DO. Su infancia en la escuela en tiempos de posguerra, con el profesor dando collejas y el retrato del dictador y un crucifijo presidiendo el aula; escarzando nidos después de las clases por unos pocos duros que pagaba el cura;  recuerda los días en los que llevaba comida a su padre y le echaba una mano en las tareas del campo; las cartas que su hermana le escribía a él y a su madre y que Emilio le leía a esta, en donde se alababan las cosas buenas de la ciudad y de la vida de casada y dónde le pedía que se buscara una moza para que se «encargara de las cosas de las que un hombre no se debe encargar» porque mamá ya se hacía mayor; las noches de cine parroquial; las negativas a abandonar el pueblo porque Emilio no se siente capaz pues cree que solo sabe faenar la tierra mientras ve cómo muchas familias y amigos emigran a diversas ciudades; los avances en forma de canalización de agua, implantación de teléfono, la compra de un tractor, la pavimentación de las calles, la llegada de la televisión; las primeras elecciones (y el adiós a los grises y azules que dejan paso a colores más vivos en la narrativa gráfica); la Expo, los problemas de rodilla, y así hasta la actualidad, con el ninguneo de la Administración en temas de comunicación por carreteras y ferrocarril (AVE), sanidad, las escuelas que cierran porque no hay niños…

«En realidad estos montes pelados son todo lo que conozco. Antes de andar ya iba en brazos de mi madre a ver a los labriegos. Y apenas pude echar cuatro pasos. Ya me habían subido a un trillo. ¿Qué hago yo en una ciudad? Mi trabajo, mis amigos, mi familia, hasta mis muertos, están aquí»

Esto es "Barbecho". Un repaso a una vida dura y cruel, pero también teñida de buenos momentos y recuerdos, como todas las vidas, que es la de un puñado de españoles que han supervivientes en sus pueblos, ajenos a lo que se extiende más allá de estos.

El dibujo es tosco, tal vez queriendo compenetrarse con lo rudimentario de las tareas y vidas en el campo, pero encaja muy bien con el tono costumbrista y local de la historia y con el uso de los colores, de la misma forma que el lenguaje reproduce el habla cansada de los personajes.

Y el formato, como apasionado del apaisado que soy, no puede sino mejorar el conjunto, igual que sucedía con los Universos de Monteys, el Estamos todas bien, de Ana Penyas, o La casa, de Paco Roca.

Por cierto, hablando de Roca, es de las pocas veces que una faja promocional no miente para intentar vender un libro o cómic:

«"Barbecho" tiene la melancolía de un domingo por la tarde, del final de un largo verano. Un excelente cómic para recordar una vida rural condenada al olvido».

¿Qué más se puede decir cuando el maestro Roca habla tan poéticamente y tan bien de un cómic? Pues que hay que hacerse con él, que para algo es, además, el XVII Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac - Salamandra Graphic. Ahí queda eso.

*Una novela gráfica de Salamandra Graphic (Penguin Random House).

Diego Palacios