Amira

Opinión:

El primer adjetivo que se me viene a la cabeza cuando terminé de leer esta historia es "emotiva"; sin embargo, mientras la iba leyendo, me decía muchas veces "no entiendo", y empiezo a explicarlo. La historia empieza en Beirut en 1988. A esa edad yo tenía la misma edad que Amira, la protagonista, 17 años. Mientras yo empezaba a despuntar, lo habitual en ella era trabajar en un mercado para "sobrevivir", y cumplir con las obligaciones familiares de cuidar de su madre entre sirenas, toques de queda, bombas, gritos, sangre y muerte, en una ciudad sagrada para muchos y maldita para otros tantos que llevaba más de 20 años en guerra y cada vez se recrudecía más.

Qué vidas tan diferentes la suya y la mía. Aun así, Amira no era tan diferente. Le gustaba leer novelas románticas, cuando podía porque tampoco le llegaba para ello, y soñaba con un destino como el del final de esos libros, y como su edad mandaba, quizá fuera hora de rebelarse. Pobre ingenua cuando entra en juego su madre. Una madre que a los 17 años sería difícil de entender, pero con el tiempo, será más entendible para el lector que la propia Amira. Una madre que solo quiere que sus hijas huyan de la guerra, aunque lo trame con planes poco ortodoxos: matrimonios concertados; una madre que solo desea un futuro mejor para ellas; y si no, al menos las quiere "con vida", aunque sea lejos de ella. Las madres son "fuertes por fuera y destruidas por dentro". Ya habían tenido todos suficiente.

Amira y su hermana Rayzel, a quien no había introducido hasta ahora pero cuya historia será igual de impactante, se habían criado escuchando que "las decisiones de los padres no se cuestionan; se aceptan", y ya es hora de buscar nuevos horizontes, pero siempre pensando que al final del camino el destino la devolviera con los suyos, pues "hay sueños que es necesario poner a dormir hasta que llegue la oportunidad de echarlos a andar otra vez". 

Es 1988, cualquiera de nosotros puede recordar acontecimientos felices en los que estuvimos presentes. Nosotros que vivimos en un mundo "en paz", no dejaba de extrañarme la reticencia de no querer ir hacia un país mejor, al menos, un país seguro, diferente al suyo, pero seguro, al fin y al cabo. Pero no debemos olvidar que en esos países "seguros", ellos son emigrantes y su adaptación no es fácil, y en el caso de Amira, ella no lo había elegido. Ni New Haven, ni Puerto Príncipe, Filadelfia, Paris, Chicago, sentirá como suyo. La culpa, la soledad, el desarraigo, la pesarían demasiado; dejaría de tener un motivo para vivir, pero fue pasando el tiempo, la vida se tornaría más calmada, conocería a otras mujeres que como ella habían emigrado en circunstancias similares, y poco a poco empezaría a sentirse parte del pequeño mundo que se habría visto obligada a construirse fuera de su hogar, aunque daría lo que fuera por regresar a fregar suelos en su mercado.

Es un relato para reflexionar sobre la vida, la muerte, el destino, en años muy próximos al actual. El lector sentirá empatía por esas tres mujeres valientes, cada una a su estilo, en conflicto con su destino, aunque nos demos de bruces ante la insistencia de Amira de luchar contra ello. El personaje de la madre creo que es el gran olvidado y tiene una fortaleza emocional enorme. Esa madre que, a su manera, elige lo que es mejor para su familia, vela por la vida y la seguridad de sus hijas, pues es su deber. Y en contraposición, Amira, anclada a sus orígenes, que vive de recuerdos por un lado y de sueños por otro; quién marcharía sin abandonar la esperanza de regresar a su tierra, a sus sueños, a recuperar lo que la pertenecía. Pero ¿quedaba ya algo de eso? Le fue difícil darse cuenta de que ya no pertenecía a ningún sitio; entendería para qué volver a su lugar adorado y, lo más importante, sería momento de perdonar a su madre, esa madre que las obligó a salir del horror de la guerra.

"En la vida, como en la guerra, uno va perdiendo cosas en el camino".

*Publicado por Editorial Booket.

Belén Flores