Algún día seré recuerdo

Opinión:

Según cuenta Marcos Giralt Torrente en el primero de los textos aquí reunidos, en febrero de 1983 el escritor José Bergamín le contó que durante su infancia había visto unos indígenas enjaulados en el Parque del Retiro de Madrid, a modo de atracción turística. Este pequeño aporte autobiográfico, recogido en el catálogo de la exposición "Casa Leibniz" (2016) en el Palacio de Santa Bárbara, permitió al autor ordenar una serie de reflexiones en torno a la memoria -propia y ajena-, con especial interés por el componente falaz, incluso ficticio, del recuerdo. El propio título del libro apunta en la misma dirección: nada permanece en un presente inmutable; vivir consiste en convertirse indefectiblemente en pasado, en memoria. De hecho, gran parte de los escritos que se recogen en "Algún día seré recuerdo" participan de esa inquietud por el carácter efímero de la vida, algo que solo la literatura y el arte son capaces de reflejar, pues dar testimonio del tiempo es el principal cometido de toda creación, de toda ficción posible. Así, pese al origen diverso de los textos que forman este volumen, el autor ha encontrado en la memoria una posibilidad para dotarlos de cohesión, atendiendo sobre todo al poso autobiográfico que se aprecia en muchos de ellos.

Autor de pocas obras y siempre de palabra precisa, Giralt Torrente se ha posicionado con esfuerzo y elegancia en lo más alto del panteón literario en España con obras de relatos, como "Entiéndame" (1995) y "El final del amor" (2011), y con excelentes novelas, como "París (1999, Premio Herralde de Novela) y "Tiempo de vida" (2010). A lo largo de estas décadas, también ha destacado como un brillante columnista en las páginas de "El País", donde se ha construido una atalaya desde la que escribe lúcidos textos de circunstancias, a menudo centrados en escenas familiares, en recuerdos o en lecturas. Algunos de estos textos, los que el autor y sus editores han considerado más representativos de su escritura, pueden leerse ahora en "Algún día seré recuerdo", donde comparten espacio con otras piezas escritas por encargo, en ocasiones para congresos y seminarios, para exposiciones o para libros colectivos. En este sentido, no puedo dejar de mencionar algunos de los excelentes artículos, escritos originariamente para prensa, que el lector puede encontrar en estas páginas: un texto sobre la escritura biográfica de James Boswell, algunas notas en torno a "Retorno a Tipasa" de Albert Camus, piezas en homenaje a Javier Marías y a Jorge Berlanga, recuerdos de alguna Feria del Libro y, quizás los más interesante, un par de textos en torno al 'complejo de Telémaco' (el intento literario de restaurar la autoridad paterna) con numerosos ejemplos de la historia literaria reciente.

Sin desmerecer estas piezas de circunstancias, en las que se esconden algunas de las claves literarias para entender toda la prosa de Marcos Giralt Torrente, creo que brillan por encima del resto una serie de textos centrados en personajes de su familia: su tía Carmen, una mujer admirable que actuó de secundaria en películas señeras de los años ochenta, con Pedro Almodóvar y Fernando Colomo, y que terminó sus días en una pequeña isla africana; su padre, el pintor Juan Giralt, uno de los principales referentes de la Nueva figuración madrileña, maestro en el uso del collage y de la palabra pintada; y también su abuelo, Gonzalo Torrente Ballester, inolvidable novelista a quien el autor recuerda en un prólogo a "Javier Mariño", acaso una de sus novelas más olvidadas. Nada escribe, sin embargo, sobre Gonzalo Torrente Malvido, escritor maldito y aplaudido guionista. Otros textos incluidos en este volumen proponen acercamientos singulares a la vida y la obra de Sergio Pitol, de Adolfo Bioy Casares, de Julio Zachrisson y de Heimito von Doderer, entre otros.

De esta forma, los artículos, prólogos y conferencias reunidos en "Algún día seré recuerdo" dibujan una constelación de referentes que permite a los lectores acercarse al imaginario de Marcos Giralt Torrente, uno de los mejores prosistas de su generación.

Darío Luque