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Opinión:

Según nos adentramos en el siglo XXI, las vidas y legado de los escritores y artistas que a principios del siglo XX formaron el llamado círculo de Bloomsbury van recibiendo más atención crítica. El intelectual de Bloomsbury que mejor conoce el público hispanohablante es E. M. Forster, artífice de esa joya (post)colonial llamada "Pasaje a la India". Virginia Woolf y Lytton Strachey fueron intelectuales para los que la relación con su entorno era tremendamente importante, aunque solamente fuera para cuestionarlo. En sus cartas se divierten gastándose bromas, cuestionando la sociedad de su tiempo, riéndose de la pompa de los estirados de Cambridge, de los editores, de los compañeros artistas, del mundo entre aristocrático y decadente que les rodea.

Podría señalarse de manera general que la publicación de las epístolas que los intelectuales del pasado cruzaron es una auténtica moda editorial, que bien puede responder al hecho de que la correspondencia tradicional ya es cosa del pasado. No hay mes que no encontremos en la mesa de novedades edición de correspondencia, y se debe entender con ello que el público disfruta su lectura.

El trabajo de recopilación de las cartas de uno y otro que ahora se publican correspondió en su momento, en el caso de Virginia Woolf, a su esposo Leonard, y en el de Lytton Strachey a su hermano James. El interés en leerlas se basa sobre todo que Virginia y Lytton tienen muchos puntos comunes, además del talento, lo que hace la lectura de sus cartas una experiencia unitaria. Ambos son retorcidos, no siempre en un sentido positivo, y se encuentran cómodos en los márgenes de la tradición, cuando no directamente en contra de ella. Son ácidos de una manera sofisticada e innovadora, y saben moverse entre lo aristocrático y lo bohemio.

Lytton Strachey es un escritor que ha pasado demasiado desapercibido en las letras hispanas, aunque tenga en su haber una forma tremendamente original de tratar el género biográfico. Lumen publicó hace unos años su biografía de la Reina Victoria, un libro al que deben acercarse de manera obligada si les interesa la historia y cultura inglesas. Strachey tenía un espíritu inclasificable e indomable, y ahí reside gran parte del atractivo de lo que cuenta en sus cartas, en que tiene un espíritu fuertemente iconoclasta para la época. Además, para este intelectual las cartas no solamente no le parecían una cuestión menor, sino que en alguna ocasión manifestó que le parecían un auténtico género literario. En sus epístolas también plasma esa aproximación heterodoxa a la cultura, de modo que sus definiciones de literatura y sus planteamientos rotundamente personales acerca de casi todo son uno de los mayores atractivos de la colección de cartas que Jus edita. Las mejores cartas del volumen tienen un aire wildeano, hechas por mentes rápidas y culturas muy sólidas a las que sin embargo la sociedad excesivamente tradicional de su tiempo les venía demasiado estrecha. La edición se complementa con imágenes de ambos autores y de la galería de personajes que desfila por sus misivas, y se enriquece con un buen número de notas a pie de página que aclaran alusiones y ayudan a situar al lector en contexto.

Rafael Ruiz Pleguezuelos