El jardín de las brumas

Opinión:

Finalista por segunda vez del Man Booker Prize (la primera vez lo fue con su primera novela, "El don de la lluvia") Tan Twan Eng nos adentra con "El jardín de las brumas" en una historia de mucha belleza y de fuerte valor iconográfico donde el arte y el paisaje caminan de la mano de las violentas secuelas de la guerra.

El libro no es hermoso solo por dentro, la edición de la editorial Berenice está muy cuidada, la portada es muy evocadora y transmite muy bien el contenido del libro, y otros elementos como las notas a pie de página explicando la terminología asiática y un mapa de la península de Malaya de 1949 son detalles que el lector acoge de muy buen grado.

Es fácil sacarle partido a la historia por cuanto el autor sabe lo que el público occidental busca en la cultura oriental, y es evidente que los aspectos exóticos de la novela complacen los gustos occidentales, al menos para los que somos amantes de las historias acaecidas en tierras tan lejanas.

La novela está estructurada en veintiséis capítulos sin título a través de los cuales el presente y los recuerdos del pasado nos van introduciendo en la historia de la protagonista, Teoh Yun Ling, mediante diferentes hechos históricos: la ocupación japonesa de Malaya, la Emergencia malaya, las guerrillas comunistas o la propia independencia de Malasia. No es un libro histórico en sentido estricto pero hay una gran carga histórica que marca de modo irreversible la vida de los protagonistas, y es precisamente ese marco histórico una de las cosas que más sorprenden de la novela, no solo por los amplios conocimientos que demuestra el autor y por la gran información que ofrece, sino por la gran extensión que abarca al dotar de diferentes nacionalidades a los principales personajes. De ese modo pero de forma armoniosa y nada sobrecargada, asistiremos a escenas que son un auténtico maridaje cultural con las costumbres e idiosincrasia propias de Malasia, China, Japón y hasta Sudáfrica. 

La memoria tiene un marcado protagonismo en el libro, incluso tiene el honor de abrir la historia con una cita de Richard Holmes sobre Mnemósine, la diosa de la Memoria. Y no es insustancial que sea así. La protagonista fue prisionera en un campo de internamiento japonés durante la ocupación malaya y allí, además de las penurias que tuvo que pasar, perdió a su hermana. Su vida está marcada por el sentimiento de culpa que asiste a todos aquellos que han sobrevivido a situaciones similares dejando atrás a sus seres queridos y su obsesión es construirle a su hermana un jardín japonés a modo de homenaje; y no deja de ser curioso que en una novela donde la memoria se convierte en el hilo conductor de la historia, la propia protagonista esté a punto de perderla víctima de una enfermedad neurológica degenerativa, circunstancia que refuerza en ella esa necesidad de recordar, de no olvidar.

Buena parte de la belleza de esta novela reside en el simbolismo, los símiles, las metáforas…, así como en la sutileza y en los matices con los que se narran los hechos, incluso los más trágicos, nada que ver con la tendencia occidental al dramatismo y al exceso. El arte de la jardinería, la ceremonia del té, los tatuajes… todo tiene un marcado significado en la historia, nada es casual.

Uno de los momentos con más carga visual de toda la novela es cuando los protagonistas sueltan por el valle unos farolillos de papel encendidos a modo de velas en recuerdo de uno de los personajes; y es que la novela en sí es toda una demostración de imágenes tan fáciles de ver como si se estuviera mirando por una ventana, y el lector advierte la importancia que el autor le da a la estética como vehículo transmisor de los valores orientales. Otro ejemplo de esa gran carga visual se encuentra en la técnica para hacer los tatuajes, como el horimono, un tatuaje japonés de cuerpo completo que Aritomo le realiza a Teoh Yun Ling en una escena de inenarrable belleza y que con tanta delicadeza y sensualidad consigue expresar la relación entre ambos sin necesidad de palabras.

Amor y guerra, olvido y memoria, arte y paisaje, odio y perdón… Un libro de intensa belleza para paladear con la misma delicadeza con la que está escrito. 

Mar Gázquez